Lo de las crisis es una cosa rara porque se las combate de muchas maneras; sólo quienes vamos a los parques nos acordamos del miedo a la gripe aviar hace muy poco: desaparecieron los patos de todos los estanques, no fuera a ser que a traves de ellos llegara a nuestros niños, y los periódicos hablaban de órdenes para preparar millones de vacunas que combatieran la pandemia. ¿Qué decir de la sequía en tiempos cercanos a la Expo? Los padres reñían a los niños si dejaban correr el grifo un minuto más de lo necesario o se limpiaban los dientes sin cerrarlo, los hipermercados hacían su agosto vendiendo millones de litros de botellas y en muchas partes se programaban rogativas con procesiones de santos.
La crisis del petróleo es otra cosa. Nadie sabe por qué sube pero eso no produce un terror irracional; al contrario, nacen propuestas ingeniosas como la que me ha llegado: "Pongámonos de acuerdo, no compremos masivamente a tal y cual marca que, al no vender, tendrá que bajar su combustible, etc...". Sorpenden esos razonamientos y no otros tan sencillos como buscarse a alguien con quien ir y volver del trabajo: los coches siguen con una sola persona que rezonga del precio de la gasolina sin pensar que, yendo con otra, le sandría exactamente a la mitad. Y es que, en el fondo, sabemos por qué sube y sabemos que no queremos cambiar. Para eso no valen ni vacunas ni rogativas.
Antonio Zoido es escritor e historiador
