Retazos de Escardiel en su ermita

Castilblanco celebra la función de mayo ante la Virgen de Escardiel y presenta los frescos de la nave del presbiterio de la ermita serrana.

el 30 abr 2014 / 23:28 h.

La Virgen de Escardiel preside a la una la función de mayo a las puertas de su ermita en la Sierra de Castilblanco. / Juan C. Romero La Virgen de Escardiel preside a la una la función de mayo a las puertas de su ermita en la Sierra de Castilblanco. / Juan C. Romero Al despuntar la mañana siempre el mismo camino a una ermita sosegada, perdida en la inmensidad de la Sierra de Sevilla, al costado de la antigua calzada romana de la Plata. Apenas ha tenido tiempo de darse cuenta el pintor Miguel Ángel González cuando, al conjunto de frescos en los que ha empeñado parte de su vida en la nave del presbiterio de la ermita de la Virgen de Escardiel, le resta ya nada más que el esperado encuentro con su pueblo en Castilblanco de los Arroyos. La hermandad de Escardiel celebra este mediodía la solemne función de mayo en su ermita, situada a cinco kilómetros de la localidad, a la que acuden en peregrinación con los sones de la escuela de tamborileros centenares de devotos que inician su camino a las diez de la mañana desde la Plaza de la Iglesia, buscando con expectación el renovado consuelo de la imagen de una Virgen, la de Escardiel, tallada en madera de encina. La función de mayo es una de las grandes citas de los escardieleros, debido a que la ermita donde se venera la Virgen de Escardiel –a diferencia del santuario del patrón, San Benito– no se encuentra abierta todos los días. Por eso esta misa que oficia el párroco de Castilblanco, Pablo Sánchez, a las puertas del santuario en la dehesa de Escardiel con el acompañamiento del coro de la hermandad se reviste siempre de un carácter extraordinario. Como extraordinario ha sido el desafío que, a instancias del hermano mayor, Juan Lobo, afrontó en los últimos meses el pintor Miguel Ángel González, en el privilegiado papel de acudir a esta ermita mariana cada jornada para dar vida con sus pinceles, en el silencio musitado por la lluvia en invierno o por los pájaros en los días claros, a unos frescos sobre la cúpula y las paredes de este espacio de la devoción popular. Al término de la función de mayo, se presentan los frescos de la nave del presbiterio. Una obra «compleja» técnicamente por la necesidad de adecuar las viejas paredes del santuario, y a nivel personal, narra el artista, por el peso de la responsabilidad «de que pondrás la mano en algo que no es un lienzo, ni la obra de un pintor: es un lugar muy significativo para Castilblanco y para muchas personas que llegan estos días o durante la romería y se aferran a la Virgen, y le lloran, le cantan o le suplican». Miguel Ángel González ante su obra para la ermita de Escardiel. / Juan C. Romero Miguel Ángel González ante su obra para la ermita de Escardiel. / Juan C. Romero Las pinturas debían ser estéticamente bellas, apunta el autor, «pero más allá de eso tenían que decir algo». La obra se asienta en dos discursos que se entrelazan en sus representaciones: lo divino, y lo terrenal, con las manifestaciones propias de la religiosidad popular. En torno a esta idea matriz, el pintor dialogó con las paredes durante antes de poner un pincel sobre ellas, buscando el fondo a un discurso que debía mantener la coherencia. «Se ha ido haciendo a sí mismo: cada motivo que pintaba daba sentido a otros», explica, «así se fue fraguando desde arriba de la cúpula –que fue presentada en la pasada romería– esa idea general de llegar desde lo celestial a lo terrenal». En la cúpula se encuentran los arcángeles con una oración. A modo de anunciación se presenta la bellota con el rostro de Escardiel y una corte de ángeles. Bajo esta imagen celestial viene la primera imagen terrenal: dedicada a la Venida, que se celebra cada cinco años con el traslado de la Virgen de Escardiel hasta la Parroquia del Divino Salvador. Bajo la cúpula, se esbozan motivos celestiales con un mensaje de mayor profundidad en el que se representan iconográficamente ocho figuras femeninas, con las que el artista ha querido dar protagonismo a la mujer. Son las ocho bienaventuranzas del Señor, ideadas portando símbolos como la hoja de parra, para los pobres de espíritu, el puñal de las imágenes dolorosas, para los que lloran, la cruz como emblema de los misericordiosos o la concha de bautismo, para la bienaventuranza a los limpios de corazón. Después de este momento de las bienaventuranzas un cielo se une con la parte terrenal, que da lugar a otros pasajes. A la izquierda –conforme miramos al altar– se representa la salida del Simpecado, y a la derecha la salida procesional de la Virgen de Escardiel, para completar un triángulo con los momentos más importantes de la Hermandad, todo envuelto en motivos celestiales. Las dos pechinas que se encuentran a la espalda en esta nave del presbiterio –frente a la Virgen de Escardiel– han sido destinadas a rendir culto a dos imágenes del sentir de los castilblanqueños, como son los patrones: San Benito Abad y la Virgen de Gracia. En el lateral del Simpecado toman forma en este conjunto pictórico una serie de elementos ornamentales propios del entorno de la ermita y otros motivos florales, «como los que trae la Virgen cuando se traslada a Castilblanco» vestida con galas de pastora, explica el autor, y en el centro aparece «una referencia iconográfica a la leyenda de cómo fue encontrada la Virgen de Escardiel en una encina». La selección de los colores mantiene el predominio de celestes y azules, «porque son los colores de la hermandad». Una de las paredes más difíciles en este santuario mariano es en la que recibe culto el Cristo de los Vaqueros, y el autor ha rehuido representar el Calvario para centrarse en un pasaje desconocido donde nuevamente toma protagonismo la figura de la mujer. Mientras en los días de la Pasión las representaciones se han centrado tradicionalmente en los apóstoles, el pintor esboza en la pared donde se asienta el Crucificado de los Vaqueros el camino de regreso de las mujeres desde el monte Gólgota tras la crucifixión, que aparece al fondo representada. «Era una pared que me hacía mucha ilusión porque es una talla preciosa, de Francisco Ruiz Gijón, de una calidad extraordinaria», sostiene Miguel Ángel, desde la que ha querido «marcar la diferencia» para dar entidad a la talla, hermana de El Cachorro, que data de 1677.

  • 1