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Saber irse

Siempre se dijo que era más difícil saber ganar que saber perder; y siguiendo con el esquema, parece más difícil saber irse que saber quedarse. El comportamiento de José María Aznar en el pasado congreso del PP demuestra que la afirmación anterior es cierta.

el 15 sep 2009 / 07:05 h.

Siempre se dijo que era más difícil saber ganar que saber perder; y siguiendo con el esquema, parece más difícil saber irse que saber quedarse. El comportamiento de José María Aznar en el pasado congreso del PP demuestra que la afirmación anterior es cierta.

En política, los partidos políticos se suelen cansar de sus líderes, bien porque el líder se agota, bien porque no sabe adaptarse a los cambios que la sociedad va produciendo; en ese caso, el partido tiene mecanismos suficientes para producir el relevo. Pero, en otras ocasiones, son los líderes los que se cansan de sus partidos y deciden abandonar la responsabilidad para la que están suficientemente preparados. Y aquí comienza el problema.

En España, como ha dicho Felipe González, no sabemos qué hacer con los ex-presidentes de gobierno. La empresa privada resuelve mejor que lo hace la política esas situaciones. Nadie imaginaría que si Bill Gates abandonara su empresa voluntariamente no iba a ser requerido, en cuantas ocasiones se necesitara, para dar su opinión sobre las decisiones estratégicas que se adoptaran, ya que no en vano Gates es, además de su fundador, el alma de la misma.

En política, bien porque el que se va aspira a seguir dirigiendo, bien porque el que le sustituye desea matar al padre, lo cierto es que las sustituciones casi siempre han sido traumáticas, derivando en enfrentamientos más o menos larvados entre uno y otro. Aznar ha sido el último ejemplo paradigmático de enfrentamiento entre el que se fue y el sustituto. Su discurso en el último congreso del PP ha evidenciado a un Aznar lleno de desconfianza hacia un Rajoy cuyo único delito consiste en querer volar por sus propios medios.

El primero ha olvidado un pequeño detalle: Rajoy está donde está, entre otras razones porque Aznar no tuvo las agallas de retractarse de su promesa y continuar como candidato a la presidencia del gobierno por el PP cuando las circunstancias, consecuencia de la guerra de Irak y del atentado del 11-M pusieron al partido de derechas en la peor de las situaciones.

Ese hubiera sido el momento en el que Aznar debería haber apechugado con las consecuencias de sus decisiones personales y haber asumido el riesgo de haber conducido al PP a la victoria o a la derrota electoral; pero no, Aznar dio un paso atrás y dejó que fuera a otro al que le dieran la bofetada que muchos electores hubieran deseado haberle dado en su mejilla. Ese, y no éste, hubiera sido el momento para aparecer públicamente asumiendo protagonismo y responsabilidades y no el congreso del PP intentando humillar a quien en su día hizo lo que Aznar no se atrevió.

Lo que Aznar está haciendo es exactamente lo que no hay que hacer cuando se abandona la responsabilidad política. En primer lugar, hay que saber elegir el momento de marcharse, que no puede ser otro que aquel donde la valoración del que se marcha y de su partido está en un nivel alto. Los que se van cuando están en declive deben aceptar la responsabilidad de que su sustituto será incapaz de remontar el deterioro generado.

Ejemplos hay en la política española que indican que una retirada en el momento álgido produce el efecto de victoria electoral en quien sustituye porque, normalmente, los ciudadanos votamos valorando lo que se ha hecho y no lo que queda por hacer; si lo que se ha hecho ha sido bien valorado por los electores, el sustituto recogerá los frutos de la acción política desarrollada en la etapa del dimisionario.

De igual forma, existen muestras de que la retirada en el momento del declive produce la derrota segura del sucesor por muy buenas dotes y valoración que tenga entre una ciudadanía que ya se ha predispuesto a cambiar su voto por la valoración negativa del que se marcha.

En segundo lugar hay que saber aceptar que el autobús sólo se puede conducir desde el asiento del conductor; pretender conducir desde otra posición es arriesgarse a que el vehículo no llegue a ningún destino y que lo más seguro es que el accidente se produzca a la salida de cualquier curva.

Sólo desde el asiento del conductor se puede manejar el volante, el acelerador y el freno, además de poder ver las revoluciones del coche y mirar por el parabrisas y por los retrovisores para tener una idea completa del estado de la ruta por delante, por detrás y por lo laterales.

Nunca, por muchas veces que se haya hecho la misma ruta, son iguales las condiciones de circulación, por lo que pretender que se conduzca y se circule como se hacía cuando el que se marchó ocupaba esa responsabilidad es un ejercicio mezquino de soberbia, prepotencia y desconfianza en los demás.

No cabe la menor duda de que por muy diferentes que aparezcan las condiciones del viaje, el conductor nuevo debe saber que traslada en su vehículo a un pasajero que conoce la ruta de memoria y que, aunque en condiciones distintas, es un buen compañero para comentar las incidencias cuando no se esté seguro de por donde circular.

Si esas dos condiciones se cumplen, lo más seguro es que la transición de un líder a otro se haga con toda normalidad, ahorrando el penoso espectáculo que produce la disputa y el enfrentamiento entre el que se ha ido y el que acaba de llegar;

de ese modo se evitará la nostalgia por lo que se fue -porque seguirá ahí, en el fondo del autobús dispuesto a opinar cuando el conductor le pregunte-, se tendrá la sensación de que el nuevo líder goza del respaldo y la confianza del que se fue, y se sabrá que el nuevo líder no tendrá la tentación de matar al padre, porque el padre lejos de molestar, acompaña y da seguridad a quien se encontrará con cien dudas en su tremenda tarea de articular un proyecto colectivo.

jcribarra@oficinaex.es

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