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Savater y el Planeta

Dicen los enterados que la adjudicación de este Planeta responde a la recesión económica, pues premiar a quien tiene de su parte el aparato mediático del adversario es un tácito reconocimiento de lo abatido que está el sector del libro. Que cabalgamos a lomos de una crisis galopante, no es que se dude.

el 15 sep 2009 / 17:21 h.

Dicen los enterados que la adjudicación de este Planeta responde a la recesión económica, pues premiar a quien tiene de su parte el aparato mediático del adversario es un tácito reconocimiento de lo abatido que está el sector del libro. Que cabalgamos a lomos de una crisis galopante, no es que se dude. Tampoco se discute que hay que domarla con mano de seda. Y, sin embargo, los enterados se olvidan de que Savater fue finalista allá por 1993 con El jardín de las dudas. Ya espero la réplica del listo de turno alegando que, precisamente, en 1993 sorteábamos una crisis económica de órdago.

Nunca ha sido un novelista de fuste Savater, pero esto no es ningún descubrimiento. En este país, reino de la envidia y la vanidad, él representa el lado más humano del humanismo. Savater, que conjuga sabiduría y amenidad, es un filósofo de los clásicos; es decir, asistemático, escéptico, cálido, volteriano; pero, junto a todo ello, simboliza algo que no cotiza al alza en el actual mercado de valores: el hombre íntegro, y el héroe. Quizás, como el gran lector que fue Cyrano de Bergerac, eligió un buen día ser un hombre admirable, por estética, amor al gesto y a la belleza.

Nos gusta Savater. Y su coraje no es la menor de las razones. Sería tan sencillo para él no enfrentarse a ETA, hundirse muellemente en su confortable cátedra en la Complutense... Y, sin embargo, eligió La tarea del héroe, por citar uno de sus libros, dando así ejemplo de cómo carácter y destino no contradicen nuestra capacidad de elección.

Nos gusta Savater porque compartimos gustos y debilidades. Recuerdo La infancia recuperada, ese delicioso libro que es un homenaje a sus lecturas de juventud, y brindo por el hombre y el lector que nos abrió la mente a otras voces, otros ámbitos, y a escritores como Thomas Bernhard o Stevenson en tiempos oscuros en que Cela era el máximo exponente carpetovetónico.

Estos son, desde luego, otros tiempos. Tiempos de miedos, patrañas y desmemoria, en los que recordar, admirar y guardar luto resulta impúdico. En tiempos así, la filosofía europeísta de Savater es un bálsamo para nuestras heridas.

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