Economía

Se pierde el empleo, no la fe

Jóvenes y mayores cuentan cómo les sobrevino la crisis y su día a día

el 02 nov 2010 / 20:43 h.

La oficina del SAE de Amate es la que cuenta con más desempleados inscritos de la capital sevillana, 14.130.

Una docena de personas mata el tiempo a las puertas de la oficina de empleo. Unos fuman, otros charlan, carpeta bajo el brazo. Toca arreglar papeles. Y esperar. Se han repartido casi 90 números en apenas hora y media. Unos metros más allá, en el interior del edificio, es difícil intuir huecos; no cabe nadie más. "Pues así, todos los días".

Es en el número 42 de la avenida San Juan de la Cruz, en el barrio de Amate, donde se agolpan las historias. A unos les apetece contarlas, otros tienen un poco de prisa. Esta oficina del SAE da cobertura, además de a los residentes de Amate, a los vecinos de La Plata, Los Pajaritos, Regiones Devastadas, Candelaria, Rochelambert, Juan XXIII, Santa Aurelia y El Cerro. Y en sus listas aparecen inscritas 14.130 personas desempleadas, la mayor cifra de las sucursales de los servicios públicos de empleo de la capital sevillana.
Antonio Alberto Garrido acaba de salir de la oficina. Aún le quedan unos cuantos números por delante. Es de las pocas veces que, a sus 38 años, ha tenido que sufrir el desempleo.

"Antes he estado en el paro entre tres y cuatro meses por razones de empresa" que, tras ese parón, volvían a llamarle. Ahora no suena el teléfono. Es pintor-chapista y cree que si el paro se ceba con la zona de Amate, es por que muchos de sus residentes vivían de la construcción y de trabajos directamente vinculados al andamio. Y la burbuja estalló para todos, sin excepción.

Del tajo en el ladrillo también procede Abdma Dahbani, vecino de Su Eminencia. Este marroquí de 36 años desembarcó en Sevilla hace cinco y ayer salía de la sucursal del SAE tras pedir la ayuda familiar. "Hemos estado trabajando en la campaña del verdeo". Hasta que estalló la crisis no tuvo problemas para trabajar, pero ahora cada cual tira como puede. Los compatriotas con los que comparte piso se las apañan con el negocio de la chatarra. Hay que buscarse la vida.

Ése es precisamente el objetivo que persigue Rosana Vargas, 28 años y natural de Venezuela. Hasta hace unas semanas vivía en El Cuervo pero como ya hacía cuatro meses que acabó su último empleo en Jerez, decidió dar el salto a la capital sevillana a probar fortuna. "Venimos a trabajar, prácticamente de lo que sea". Se refiere a las labores domésticas, de limpieza y cuidado de niños y mayores. "La mayoría son extranjeras; sin embargo ya se están viendo muchas españolas". La necesidad apremia. De hecho, le sorprendió encontrar a tanto trabajador nacional en la vendimia. "Pensé que habría más gente de fuera".

No ha tenido que cruzar las fronteras nacionales, pero sí cambiar de comunidad. José Romero, 68 años y pensionista, relata la historia de su nieto José Miguel, de 26, que ha regresado de Mataró, donde trabajaba en la construcción, a casa de sus abuelos. Bendita familia, que apoya en los momentos más complicados, apostilla. Su pensión es el único ingreso de este hogar de Juan XXIII y el sustento de siete miembros de la familia. Ahora, le han reconocido al nieto la ayuda de 426 euros. Apenas un respiro. "Menos mal que mi ex novia paga la mitad de la hipoteca". Aun así, es un dinero que sabe a poco. Le gusta la cocina y tiene los estudios para ejercerla, pero "la hostelería tampoco se mueve".

No hay un único perfil de demandante. Ni tampoco edad estándar. Pero todos coinciden en que, con la crisis, se aprieta un poco más en los trabajos, en el sueldo y en los horarios.
Eutimio González, a sus 56 años, no da la batalla por perdida. Era conductor pero una deficiencia visual le obligó a dejarlo y ahora cobra una pensión por minusvalía de 389 euros. Quiere trabajar. Lo mismo que Adolfo Castillo, 61 años y toda la vida en la construcción, quien confía en que alguien valore el grado que da la experiencia.

Cuatro años es el margen que María Teresa da, a sus 16 años, a la crisis para que ésta pase de largo. Hace un curso de informática -que comparte con gente de hasta 70- y espera entrar en una escuela taller para sacarse el graduado y hacer un grado de Enfermería. Después, se verá.

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