En un horario más propio de la sesión estrella de la cartelera de cine y en un escenario que ha perdido la esencia del Superdepor, ahora Deportiviño por su progresiva decadencia, el Sevilla firmó un partido de locura.
Protagonizó 45 minutos iniciales de pavor y desconcierto y reaccionó cuando el rival, aquel que vaga por la zona peligrosa de la tabla en Primera y que recurrió a la prórroga para eliminar a un Segunda del pelotón de los mediocres en la Copa, exhibía los galones de anfitrión.
Sin Romaric, al que se condena e indulta semana tras semana de forma aleatoria y sin previo aviso, sin Kanouté, con el DNI con fecha de caducidad y la calidad intacta, sin Zokora y sin Jesús Navas, dos pilares que combaten la mediocridad, el conjunto de Gregorio Manzano es un vulnerable aspirante a la Liga Europa.
¿Qué escribir de un partido que debió ser sepultado en el basurero en el primer acto? ¿Qué opinar de una obra dignificada en un segundo período de frenesí y locura? Fue un encuentro de escaso fútbol y altas dosis de ardor guerrero. El Sevilla ni convence ni camina con paso firme hacia el Viejo Continente, aunque continúa vivo en la jungla de los actores secundarios.
Manzano representa la cordura, la cautela y la calma, y el Sevilla de los latigazos e impulsos la rebeldía y el desasosiego. Negredo rescató a un plantel que hasta el 2-1 había deambulado por Riazor. La necesidad de contratar a un mediocentro fue aún más evidente cuando Fazio, puro despropósito a causa de la inactividad y su parsimoniosa lentitud, relevó a un imprescindible e imprevisible Zokora.
Rakitic y Medel aterrizarán para organizar una nueva resistencia en Nervión. La vulgaridad de la Liga, unida a la capacidad de sacrificio del metódico Manzano, auguran cuatro meses de incertidumbre y alta tensión. El Sevilla, el del primer tiempo y también el del segundo, aspira a una plaza de la Liga Europa. Que la lucha continúe.
