Local

Taller de lluvia

La Casa de la Ciencia imparte el primero de sus tres cursos prácticos sobre Meteorología, con casi todas las plazas ya ocupadas por el interés de los ciudadanos en la ciclogénesis explosiva.

el 13 feb 2014 / 21:07 h.

TAGS:

Una mujer lucha contra el viento y contra su paraguas a la vera del río, en uno de esos días imposibles de Sevilla. / Javier Díaz Una mujer lucha contra el viento y contra su paraguas a la vera del río, en uno de esos días imposibles de Sevilla. / Javier Díaz

La ciclogénesis explosiva, antes llamada llover a mares, ha despertado por segundo año consecutivo el interés más morbosamente científico del paisanaje por los fenómenos dramáticos de la atmósfera. Cuanto más dramáticos, mejor. Solo así se explicaban ayer en la Casa de la Ciencia el exitazo que sin apenas promoción (más allá de la página web de esta institución vinculada al CSIC) está teniendo entre los ciudadanos el Taller de Iniciación a la Meteorología que se va a impartir este fin de semana en su sede, el Pabellón de Perú. En principio, la actividad está pensada para los menores, pero pueden ir acompañados de un adulto, con lo que la experiencia de aprender a comprender el tiempo se ha extendido a todas las edades, y ya está el aforo cubierto casi al completo. «Pese a ello, aún quedan algunas plazas», precisaba la organizadora de los cursos y directora de la empresa Activamente, Cinta Rodríguez.

La Casa de la Ciencia tiene, entre otras, dos cosas muy buenas: una, lo en serio que se toma lo que hace. Otra, lo en broma que es capaz de tomárselo llegado el momento. El resultado de esta paradoja es un lote de cursos y actividades con un tremendo potencial didáctico y repletas de niños. Un ejemplo de tomarse las cosas en serio: el taller se imparte en colaboración con la Agencia Estatal de Meteorología, Aemet, que aporta un montón de instrumentos y chismes de científicos, a saber: una garita para hacer mediciones en campo abierto, un pluviógrafo (para medir la lluvia), un heliógrafo (para las insolaciones), un barómetro (presión atmósférica) y hasta un anemocinemógrafo (velocidad del viento). Hay muchos más. Pero entre todos ellos, el que destacaban ayer era una veleta, objeto generador de una inmensurable nostalgia pero que no mide la melancolía, sino que indica la dirección del viento. Y esto, muchos niños de ahora, sencillamente lo ignoran. Pero solo hasta este fin de semana.

En cuanto a la necesaria dosis de humor que el conocimiento impone siempre a sus discípulos, el lado bromista de la experiencia estará en que los participantes aprenderán a hacer una predicción meteorológica «y serán capaces de dar el tiempo delante de una cámara». Los herederos de José Antonio Maldonado y Roberto Brasero recibirán una formación muy práctica y, según dicen en la Casa de la Ciencia, divertida. «Sí, porque se trata de que los niños no vean solo al meteorólogo en la tele», explicaba ayer Cinta Rodríguez.

La experiencia es pionera, pero la idea es, según decía, ofrecerla también como materia de actividades en los institutos. Pero los objetivos solemnes del taller van más allá de saber distinguir una ciclogénesis explosiva de una borrasca del siete o un mapa de isobaras del puente de la Barqueta: se trata de «despertar vocaciones científicas latentes». Nada menos. Estimular la fascinación del conocimiento y divulgar la idea de que saber es más divertido que no saber, más rentable, más sano y más rejuvenecedor. De todo esto sabe lo suyo Rodríguez, porque ya ha hecho otros cuantos talleres para el CSIC, entre ellos los de Insectilandia, uno de los buques insignia de Activamente.

«Todos los talleres tienen muy buena , afirma Cinta. «El arqueológico, Insectilandia... Son muy interesantes porque, además de la teoría y la práctica de las disciplinas de que se trate en cada ocasión, siempre se intenta entrar también en la educación emocional del niño», es decir, que a veces, de estudiar ciertas materias se aprenden también cosas sobre uno mismo, a poco que se piense en ello. La directora pone el ejemplo de Insectilandia: «Claro, porque a los chicos se les pregunta, por ejemplo, en una de las actividades, qué insecto te gustaría ser y por qué. Y eso les hace reflexionar, porque el que dice insecto palo resulta que es tímido, y el que elige al mosquito es el típico niño molestón, je, je...», y esto, que puede parecer insignificante y absolutamente prescindible para un observador crítico, «ayuda, por ejemplo, a prevenir conflictos en el cole».

Cinta Rodríguez se presenta a sí misma como «representante de la gloriosa generación de 1966», es decir, que creció sin un aluvión incesante de tecnología punta aplicada a todos los rincones de su existencia, como pasa ahora. Tenía que aprender a divertirse con lo disponible y tirar de imaginación, lo cual repercutía en beneficio de sus inquietudes y de su aplicación. «Ahora es más complicado. A los nueve años, los niños empiezan ya a desvirtuarse un poco en este sentido con las maquinitas, todo el día con ellas, y ya a los diez años les llega la preadolescencia y a partir de ese momento es muy difícil que participen en una actividad que no sea de su total interés, porque es complicado captar su atención». Aunque... hay un pero. «Pero entre los seis y los nueve años, la respuesta de los niños es maravillosa a todo lo que se les pone por delante, a la fascinación, a investigar». Y entonces cuenta lo bien que se lo pasan cuando en verano, allí mismo, en la Casa de la Ciencia, colocan una trampa ultravioleta para cazar bichos de noche y cómo los clasifican luego, una vez recogidos.

De momento, lo que toca no son bichos sino nubes. Aún se pueden conseguir algunas plazas para el sábado a partir de las once y media de la mañana, pero luego vendrán otras dos ediciones el 15 de marzo y el 19 de abril, a razón de 12 euros por cabeza. Niños y mayores acompañantes aprendiendo a dar el tiempo en el telediario. Y encima los jóvenes aprenderán lo que es una veleta. A ver qué cara ponen cuando vean que no tienen mando.

  • 1