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Tres toros para dar el paso

Antonio Nazaré hizo un gran esfuerzo con un lote sin opciones. Los toros de Montealto más potables cayeron en otras manos.

el 14 abr 2012 / 21:05 h.

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Antonio Nazaré lo intentó todo, aunque tuvo enfrente el lote de menores posibilidades del encierro de Montealto.
PLAZA DE LA REAL MAESTRANZA
Ganado: Se lidiaron seis toros de Montealto, serios y muy astifinos aunque desigualmente presentados. El mejor del encierro, por noble y enclasado fue el tercero. Se dejaron también el temperamental primero y el cuarto, que resultó muy corto de viajes. El rajado segundo, el criminal quinto y el bronco sexto fueron muy deslucidos.
Matadores: Oliva Soto, de nazareno y oro, vuelta al ruedo y silencio.
Antonio Nazaré, de blanco y oro, silencio tras aviso y silencio.
Diego Silveti, de lirio y oro, ovación tras aviso y silencio.

La tarde se presentaba con amenaza de unas aguas que no mojaron la plaza. Sí lo hizo un vientecillo marcero y un frío que caló al personal y al propio festejo, que vivimos envuelto en la polvareda levantada en un ruedo sin regar después de recoger la inmensa lona que preserva el piso de los inesperados chaparrones. Y aunque había muchos aficionados que esperabam muchas y buenas cosas de la terna acartelada ayer, la verdad es que el que partía con los deberes más hechos era Antonio Nazaré, ese sólido diestro de Dos Hermanas que el pasado año cuajó uno de los trasteos más importantes cuando despedíamos la temporada en el día del Pilar.

Pero la suerte no quiso que el matador nazareno sorteara ninguno de los toros potables del serio encierro de Montealto. Para abrir boca pechó con un ejemplar tremendamente montado y de pelo astracanado, muy emplazado de salida que manseó en banderillas. Se había dejado pegar algun lance en el quite de Silveti y brindó tres o cuatro arrancadas por el pitón izquierdo que Nazaré exprimió con precisión, valor y serenidad. Pero el fondo manso del animal se hizo presente y aunque el torero se jugó el tipo sin vender ninguna moto aquello no podía caminar hacia ninguna parte. Tampoco le iba a dar demasiadas opciones el quinto de la tarde, un auténtico criminal protestón y rebrincado que buscaba los tobillos del torero en cada uno de los embroques. Bastante hizo con andar en la cara más tiempo del recomendable. No merecía tanto.
Pero el caso es que sí hubo otros animales que permitieron torear y que, en parte, quedaron inéditos. El caso más flagrante fue el del tercero del encierro, que fue sorteado por el matador mexicano Diego Silveti, que debutaba como matador de toros en la plaza de la Maestranza después de un tibio paso como novillero y una gran campaña de relaciones públicas que le ha servido para crear una inusitada expectación. Pero ese tercero fue un animal noble y obediente que tampoco estuvo exento de clase al que ya había lanceado pegando pasos atrás y sembrando demasiadas dudas. El toro se empleó en el caballo y se movió en la muleta con clase creciente. Pero el hijo del recordado Rey David anunciaba mucho más de lo que resolvía en sus cites solemnes aunque algunos muletazos sueltos los dijera muy en redondo y resueltos para adentro. Pero al manito, muy encima del toro, le costaba colocarse entre muletazo y muletazo, que resolvía con demasiados tirones que destemplaban la faena y al animal, que pedía otras distancias y un mayor sentido del temple. La oportunidad era de oro pero se le esfumó por completo.

Tuvo muchas menos opciones con el bronco y deslucido ejemplar que salió en sexto lugar, que quiso quitarle el capote de las manos a José Antonio Muñoz en cada cite. Feo de hechuras, muy alto de cruz, no anunció demasiadas buenas cosas y campó a sus anchas por el ruedo como en una capea castellana. Silveti escecificó una faena que no era tal y hasta tuvo que hacerse el quite arrojando la muleta cuando cayó en la cara de su enemigo. Luego prolongó el trasteo pero el frío arreciaba y el festejo pasaba de las dos horas y media de duración, plagado de esos tiempos muertos del toreo contemporáneo. A esas alturas el personal andaba loco por coger la puerta y marcharse a casa.

Y el caso es que el festejo había comenzado con ciertos ánimos. Y Oliva, que tiene una especial capacidad para conectar con el tendido con su toreo de ritmo y expresión, había dado la única vuelta al ruedo sin escuchar una sola protesta aunque un poquito por su cuenta. A pesar de todo, del puñado de muletazos jaleados por los tendidos, no llegó a domeñar por completo la mansedumbre temperamental del animal que rompió plaza, un toro que tenía mucho que torear y al que cuajó alguna serie vibrante y vistosa pero sin hacerse dueño de la situación. El toro se le había venido como un rayo al primer muletazo sorprendiendo a todo el mundo. Oliva, muy dispuesto siempre, aguantó ahí el tirón y le enjaretó una de esas series a compás que embelesan a todo el mundo pero quizá le faltó fondo para aguantar los bríos de ese toro al que hasta podría haber cortado una oreja si la espada y el puntillero hubieran funcionado con mayor prontitud.

El diestro de Camas
también mantuvo idénticas ganas de estar en la cara del cuarto del serio envío de Montealto, que fue un buen mozo mansote y de viajes cortos que nos engañó de salida al reventar el estribo de los burladeros embistiendo desde muy abajo. Pero fue un espejismo. Después atacó a los caballos y los capotes con la cara por las nubes. Había que llevarlo cosido a la muleta con mando; traérselo y moverlo con una autoridad que quizá no llegó a ejercer por completo el diestro de Camas, muy pendiente de la compostura y de la belleza contrastada de su toreo aunque, ésa es la impresión, menos preocupado de tocar y mandar en un toro que no era nada del otro mundo pero que podía haberle dado mayor rendimiento.

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