Cultura

Una hermosa y rotunda denuncia

La historia de 'The Blue Boy' es tan truculenta como indignante y la dramaturgia no escatima en detalles escabrosos.

el 14 feb 2015 / 19:47 h.

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'The Blue Boy' **** Lugar: Teatro Central, 13 de febrero. Compañía: Brokentalkers. Puesta en escena: Feidim Cannon y Gary Keegan. Composición musical: Séan Millar. Vídeo: Kilian Waters. Interpretación: Marine Besnard, Dylan Coburn Gray, Eddie Kay, Gary Keegan, Jessica Kennedy, Megan Kennedy. Interpretación musical: Lucy Andrews. El escándalo de los abusos sexuales en el seno de la iglesia católica está a la orden del día. De ahí la vigencia de esta obra, que lleva a cabo una rotunda, aunque hermosa y singular denuncia de los malos tratos en un internado católico irlandés. La historia es tan truculenta como indignante y la dramaturgia no escatima en detalles escabrosos. En ese sentido lo primero que llama la atención es que el testimonio se sitúa por encima de las emociones. Para ello la puesta en escena combina la voz en off, que remite a testimonios reales, con las intervenciones de Gary Keegan, quien asume el papel de narrador en primera persona, ya que al principio de la obra nos cuenta que vivió su infancia cerca de la institución y que su abuelo era el carpintero a quien encargaban los ataúdes para los niños muertos en ella, cuyo número no era nada despreciable. Su narración se completa con vídeos que muestran imágenes reales del internado, así como con la danza en directo de los intérpretes, quienes aparecen en escena con la cara cubierta con una máscara que deforma sus facciones. La escenografía y la iluminación reproducen un espacio inquietante e impersonal. La coreografía expresa la indefensión y el tormento de los niños con movimientos secuenciales y bruscos. Los bailarines, sentados alrededor de una mesa rectangular, se limitan a levantarse con el brazo extendido para volver a sentarse, una y otra vez. Poco a poco sus movimientos son cada vez más contundentes mientras la banda sonora reproduce en directo una música de percusión que envuelve a las acciones con un halo de indignación. Pero cuando el corazón del espectador comienza a encogerse, la representación se detiene para dar paso a un vídeo que reproduce una entrevista con un cura que dirigió durante años la banda del internado, o las contundentes declaraciones de una ministra irlandesa sobre un informe que demostró que todavía en 2009 seguían existiendo en Irlanda internados católicos que abusaban y maltrataban a los niños. De esta manera, esta obra se sitúa a mitad de camino entre el documental y la ficción teatral y ello le confiere un singular y hermoso distanciamiento emocional que, a pesar de los terribles y deleznables sucesos que cuenta, libra al espectador de la tristeza y la conmoción para situarlo frente por frente al hecho denunciado.

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