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Una lectura inmoral del paro

El modelo europeo que salió de la segunda guerra mundial, basado en las correcciones y aportaciones al liberalismo desde la socialdemocracia y la democracia cristiana, ha permitido décadas de desarrollo y prosperidad como no se recordaba en el Viejo Continente...

el 15 sep 2009 / 19:15 h.

El modelo europeo que salió de la segunda guerra mundial, basado en las correcciones y aportaciones al liberalismo desde la socialdemocracia y la democracia cristiana, ha permitido décadas de desarrollo y prosperidad como no se recordaba en el Viejo Continente, así como el nacimiento de ese inconmensurable y muy positivo sindicato de intereses que es la Unión, muy especialmente desde la implantación del euro en quince de los países miembros, lo que no era nada más que el signo visible de las políticas mercantiles comunes incluso para otros Estados que, como el Reino Unido, habían preferido conservar su moneda tradicional.

La elevación del nivel de vida de los ciudadanos y la corrección de los desequilibrios territoriales han sido constantes líneas de actuación en la idea de lograr una unión efectiva de las naciones de Europa, mediante la concesión de fondos al desarrollo de los que España se ha beneficiado, y de qué manera, durante años. Vivimos hoy, sin embargo, en una etapa de vacas flacas. La inextricable crisis financiera, suma de todos los excesos y de la especulación sin límites, está desaguando sus pecados capitales por dónde más puede dolerle a la sociedad, y se manifiesta en forma de recesión con su más odioso corolario: el desempleo en magnitudes mareantes no padecidas desde hace años.

Los datos publicados ayer sobre el aumento del paro en España, a un paso ya de los tres millones de desocupados, deben ser motivo de honda preocupación para todos, se esté donde se esté, en el gobierno o en la oposición, en el análisis económico o en la crítica periodística. Ninguna opinión sensata puede desconocer el hecho más que cierto de que las caídas en el empleo son desgraciadamente compartidas por todas las naciones desarrolladas y, aunque en distinta proporción, asolan los colectivos más vulnerables de población.

¿Cómo puede haber gente que se alegre del incremento de este devastador indicativo económico, detrás de cual hay cientos, millares de tragedias familiares? ¿Cómo es posible que desde las ondas que deberían servir para predicar la caridad cristiana sus locutores se gocen en esos datos que mortifican al entero cuerpo social? Por mucho que monseñor Rouco quiera impedir que el Papa conozca esta perversión radiofónica, el clamor contra tales prácticas traspasará los muros del Vaticano y terminará por escandalizar también a sus moradores.

Una cosa es la legítima crítica desde la oposición política, por cierto ejercida en Madrid con tiento en los últimos tiempos, y otra bien distinta y deleznable la de los aprendices de brujo que alimentan los más bajos instintos fascistoides en la consabida escalada verborreica del cuanto peor, mejor. Pero, nótese que en tantos años de predicación no han conseguido nada más que exacerbar a aquellos espíritus que quieren ser exacerbados cada mañana y que el resto de los mortales los escuchen como el que oye llover. No tienen otra influencia, y no es poca, que la de cabrear al personal.

Periodista

gimenezaleman@gmail.com

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