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Ven a la fiesta de Ginsberg

Mi novio es un tipo respetable. En la oficina viste traje de chaqueta, adora a su familia, y más de una tarde me abandona para cumplir con el rito que señala la canción, y preferir el fútbol antes que mi compañía.

el 15 sep 2009 / 03:21 h.

Mi novio es un tipo respetable. En la oficina viste traje de chaqueta, adora a su familia, y más de una tarde me abandona para cumplir con el rito que señala la canción, y preferir el fútbol antes que mi compañía. Cuando lee, la corbata desaparece y me habla de Bukowski, que a mí me exaspera, y de Kerouac, que en la misma línea; del realismo sucio, de los beat, de una realidad observada a través del filtro del alcohol y los límites. Toda pareja se mantiene gracias a las divergencias, y sospecho que la nuestra resiste con una certeza: jamás allanaré su biblioteca.

En las últimas semanas ha paseado con un libro de Ginsberg en la funda del portátil: la reedición de Oda plutoniana, una antología que -Visor mediante- regresa a las mesas de novedades casi en su cuarto de siglo. Servidora, que se jacta de omnívora pero no renuncia de manera tan débil a sus prejuicios, echó un vistazo por encima del hombro: y lo que captó no le desagradó. Yo, que me rendía ante Aullido por su ritmo y sus imágenes, arrojaba la toalla con el resto de su producción, que me saturaba al tercer poema. Me prometí, sin embargo, darle otra oportunidad.

Y compré Madrid 1993, una joyita recién publicada por el Círculo de Bellas Artes, que se sirve del libro-CD para resucitar a Ginsberg e invitar al lector-oyente a la fiesta -más que recital- que celebró en diciembre de ese año. Se trataba de su primera lectura de poemas en España y no olvidó Aullido, aunque también se permitió sorprender con algunos poemas menos conocidos -pero igual de potentes en la declamación-, e invertir algunos minutos en homenajear a William Blake. La versión musicada de The Tyger, que inaugura la grabación, es emocionante. Y si la audición inicia en la creencia, la lectura es el bautismo: quizá por la traducción impecable, quizá por el mimo de los editores -el papel, el diseño, la tipografía-, acercarse a Ginsberg de esa forma sí que es descubrirlo. Las burlas de mi novio duran semanas, pero yo admito y confieso: hoy creo en Ginsberg.

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