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Ventura, en el patio de su casa

El rejoneador de La Puebla del Río consiguió abrir la Puerta del Príncipe

el 11 abr 2010 / 20:55 h.

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Esta vez no se le podía escapar. Ventura volvía a la Maestranza determinado a triunfar contra viento y marea y lo consiguió arropado por un público que nunca dejó de empujarle y una presidencia dadivosa que le abrió de par en par esa ansiada puerta que se mira en el Guadalquivir. Pero con o sin la generosidad de ese palco en el que se estrenaba como titular el señor Salguero, no se le pueden ahorrar méritos al ciclón de la Puebla del Río, que supo aprovechar la nobleza del ejemplar que sorteó en primer lugar y que se sobrepuso a la mansedumbre del que cerró plaza.

Con ese material, la faena más brillante fue la instrumentada a ese tercero. Ventura lo paró con autoridad toreándolo a la grupa en los medios y cambió el tercio con un solo rejón de castigo para prologar el tercio de banderillas con una espectacular cabalgada a dos pistas por todo el ruedo. El jinete ya tenía metido al público en el bolsillo de la guayabera. De ahí ya no se movieron. La peculiar parroquia que suele acompañar a este espectáculo ecuestre gozó de lo lindo con el amplio despliegue artillero de Ventura, que expuso siempre, que buscó toro en todas partes y que acertó a clavar con precisión en una lidia trepidante y llena de ritmo. El joven rejoneador hasta se marcó un bailecito antes de clavar las tres cortas sin solución de continuidad. Un rejonazo trasero y fulminante ponían en sus manos las dos primeras orejas. Pero Ventura aún conseguiría otras dos del sexto por una labor que tuvo la virtud de poner todo lo que le faltaba al manso y rajado animal que tuvo que sortear. Animó el cotarro con sus alardes y apuró hasta el infinito en el remate de una faena a la que le vino un poco larga la segunda oreja. Sea como sea, Puerta del Príncipe de ley para Diego Ventura, al que ayer le faltó enfrente el rival legítimo para haber dado auténtico contenido al espectáculo.

Ese rival era el triunfador de la pasada Feria: el joven Leonardo Hernández, que quedó fuera del cartel por la negativa de Pablo Hermoso a rompr plaza. En su lugar volvió a actuar el telonero de cámara del navarro, el más que veterano Fermín Bohórquez, que alarga su carrera despejándole el ruedo a Hermoso mientras el cartel estrella de rejones se vicia por falta de aire fresco. El jerezano no aportó nada nuevo más allá de un rejoneo poco comprometido que tiene pocas disculpas con la boyantía -a menos, eso sí- del toro de Bohórquez que inauguró la tarde. Al cuarto lo recibió a portagayola y aunque una banderilla citando muy de largo y un par a dos manos pusieron a todo el mundo de acuerdo su labor no pasó de correcta, o más bién un poco espesita.

Y si acusamos a Pablo Hermoso de Mendoza de falta de generosidad para darle nuevos aires al cartel más repetido en las ferias, no se le puede negar ni un ápice del magisterio que volvió a presidir su puesta en escena. Los mejores momentos los firmó montando a Chenel ante el segundo de la tarde, al que toreó a caballo de una manera global, más allá de los hierros y los embroques: tirando de él hasta donde no quería ir, jugando con sus embestidas en las pasadas por dentro, en las batidas a pitón contrario, en las piruetas y las cortas a dos manos. Pero el acero no quiso entrar y el posible trofeo voló. Mucho mérito tuvo también con el rajado quinto, un animal que nunca quiso pelea, que se rajó desde el principio y al que tapó el indiscutible magisterio del figurón navarro.

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