La Gazapera

El abandono de la Triana flamenca

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
04 feb 2023 / 09:49 h - Actualizado: 04 feb 2023 / 09:49 h.
"La Gazapera"
  • El abandono de la Triana flamenca

Cuando hace algo más de medio siglo trabajaba en un taller de pintura de la calle Constancia, el de Antonio Tocino Caballero, y algo más tarde en la sastrería de Ángel Sierra, de la calle Trabajo, o sea, en el Barrio Voluntad, Triana era todavía una mina de flamenco. A veces me iba al Tardón y se vivía este arte en la calle, en sus plazas y tabernas. Podía ver al Sordillo en Pagés del Corro con su canasto de chucherías y en el Morapio paraban los pocos gitanos con arte que quedaban, algunos de ellos viviendo ya en los polígonos de las afueras de la ciudad.

Manolo Oliver era como el brujo de una tribu al que visitábamos para que nos recetara un medicamento natural, algo de cante no comercial. No era fácil ver a Emilio Abadía, el Arenero, el Teta o Domingo el Alfarero en alguna de sus reuniones, en las que cantaban a veces sin guitarra, a palo seco, o sea, marcando el compás con los nudillos en la barra del bar o en una mesa de madera. Márquez el Zapatero, el de Villanueva del Ariscal, aún tenía pelos y mondaba a muchos haciendo el cante del Sordillo o el Ollero. Cualquier taberna era como una cátedra del cante, donde siempre había alguien dando una lección magistral.

Recuerdo a cantaores aún jóvenes como Chiquetete o Paco Taranto pegados a aquellas reuniones de los grandes maestros para aprender los secretos del cante trianero de la Cava Vieja, la de los alfareros, la de Ramón el Ollero o Garfias, que llamamos del Zurraque. ¿Qué queda ya de aquella Triana? Nada. Se la tragó el tiempo. Años más tarde, en Tomares, conocí al Pati de Triana y a su esposa, Pastora la del Pati. Vivían en un bonito piso y paraban mucho en el Bar Estanco, de Pepe el Chato, y en la Peña Flamenca.

Lloraban cuando les preguntaba cosas sobre la Triana de sus años mozos, cuando en un corral de vecinos convivían gitanos y gachés y un día reñían y al siguiente se comían un puchero juntos y acababan cantando y bailando. El Pati fue un bailaor de postín que iba en la compañía de Manuel Vallejo, su cantaor favorito. Echaba lágrimas por la cara abajo si se lo nombraban y decía que fue el mejor de todos, aunque no fuera gitano. Los tomareños habían adoptado a aquel matrimonio de la Cava Nueva o de los Gitanos, así como a sus hijos. Mirabas a los ojos a Pastora, la gitana más guapa de Andalucía, y veías media historia del baile de Triana.

La Peña la Soleá, de Paco Parejo El Dentinsta, que estuvo en la calle Alfarería, era el templo del cante trianero, donde lo mismo veías a Antonio Mairena, que a Emilio Abadía, Eduardo de la Malena, Chocolate o Naranjito. Todo lo arrasa el tiempo, como un mal viento que vuela bajo. Algunos días paseo por el viejo y remozado arrabal y regreso a la Puebla del Río, al campo, con el pájaro de la tristeza posado en la cara, porque recuerdo a aquel chiquillo que comenzaba a cortejar al cante, a querer ser cantaor y saber de compás y de cantaores. ¿No van a hacer nada para recuperar lo que fue Triana en el cante y el baile desde principios del siglo XIX? ¿Nadie va a contar su historia flamenca sin mentiras?