El poder de la violencia simbólica

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Pepa Violeta Pepavioleta
10 nov 2019 / 11:10 h - Actualizado: 10 nov 2019 / 11:14 h.
"Violencia de género","Pobreza","Política","Feminismo","Elecciones"
  • El poder de la violencia simbólica

Hoy tenemos una cita con las urnas y ha sido imposible no pensar durante toda la semana, qué España podríamos crear si las cuatro grandes fuerzas políticas hubieran apostado por sus mujeres como candidatas a la presidencia. Es sorprendente como sólo el movimiento feminista se ha pronunciado ante lo grotesco de una imagen, que vuelve a repetirse como el día de la Marmota. Una y otra vez la desigualdad mirándonos de cara, desafiándonos, el patriarcado vuelve a ponerse de pie.

Nuevas elecciones, cuatro hombres, cuatro miradas distintas, cuatro titiriteros que entre dosis altas de demagogia y discurso vacío nos dejan claro a quién pertenece el poder.

Durante la precampaña, todos los candidatos han incluido en sus discursos su compromiso por acabar con la violencia de género, su apuesta por la igualdad (bueno todos... todos... alguno me dejo por ahí que directamente la ignorancia y el odio le ha dejado tan ciego que no ve violencia por ningún sitio. Será que el mismo ejerce tanta con su discurso, que ya olvidó qué forma tiene). Bien sabemos que este compromiso no es real. Si lo fuera, no permitirían tener el talento femenino oculto, del que se aprovechan para brillar sin apenas esfuerzos. Asesoras, directoras de campañas, personal de confianza, técnicas de comunicación... todas mujeres, a la sombra, que trabajan para que los candidatos luzcan creíbles y carismáticos. Auténticas profesionales que se mueven en la política como pez en el agua, las candidatas perfectas a la presidencia, porque son ellas las que se lo curran de verdad. Porque son ellas las que saben cómo hacer política, cómo manejar el discurso, conciliar, negociar... pero son ellos a los que vamos a votar hoy. Por lo visto ninguna mujer, de toda esta masa altamente cualificada sobresalía lo suficiente, como para proponerla de candidata a la presencia. Ninguna fuerza política apostó por una mujer al frente. Esto es también violencia. Simbólica como diría Pierre Bourdieu. Pero igualmente castradora y condenatoria. Eficaz, mientras más sutil. Duradera, si contamos con aliados que la perpetúen y modelo que garantice su continuidad. Esa es la función de nuestros candidatos, convertiste en guardianes del patriarcado. Hacernos creer que trabajarán por acabar con las desigualdades, mientras siguen invisibilizando a la otra mitad de la población, de la que exprimen hasta la última gota en su propio beneficio.

Por eso el movimiento feminista no puede permitirse ni un segundo de tregua. El feminismo es política y así tenemos que abanderarlo. No estamos esperando medidas correctivas ni limosna institucional. Exigimos un modelo estructural nuevo, exigimos empezar de nuevo. Sin feminismo, no hay posibilidad alguna de visibilizar las relaciones de dominación. Porque los dominadores ya se aguardarían de no seguir mostrándose como tiernos corderos. Descubrir que hay debajo de esta frágil democracia que respiramos, nos toca a nosotras. Quizás tantos siglos de opresión, nos han curtido en paciencia y tesón. O sencillamente, nos negamos a seguir siendo cómplices de un sistema que nos utiliza y manipula para mantener intacto el poder hegemónico y androcentrista.

Es indiferente que corriente ideológica nos mueva a la hora de votar, quizás lo más importante hoy cuando nos pongamos delante de la urna, sea plantearnos qué parte de responsabilidad nos toca asumir y qué estamos dispuestos a cambiar. Ser conscientes de cómo la violencia simbólica se apodera se nuestro subconsciente y nos hace participar de un sistema que nos esclaviza. No sólo a las mujeres que desaparecen de las primeras lineas decisorias, sino a una sociedad completa que se rinde al oscurantismo de épocas pasadas. Que mira hacia atrás, una y otra vez, pensando que cualquier momento vivido fue mejor. Nostalgia acumulada y yo añadiría planificada. Cuando una sociedad deja de mirar al futuro y de cuestionar su presente, está condenada al ostracismo y la ignorancia.

Hay muchas formas de mantenernos en la pobreza, pero limitarnos el conocimiento y mutilar el cuestionamiento, son las fórmulas estrellas por quienes nos quieren hambrientos de esperanza. Cortarla de raíz nos mantiene en el limbo, construido para dar cobijo al odio y la frustración.

Sin caer en el pesimismo de Bourdieu, que muy convencido decía que salir de la dominación simbólica es imposible sólo con conciencia y voluntad. Apostemos entonces por el feminismo como modelo en el que sentar las bases de un nuevo discurso ideológico. Garante de derechos, respetuoso con la diversidad, pacífico, integrador y sanador. No somos conscientes del poder que tenemos como masa. El miedo de sabernos libres y cómo gestionar esa libertad, nos paraliza antes ni siquiera de pensar en movernos. Vivir narcotizados/as ayuda a curar la nostalgia. Pero la obligación de hacer política es de cada uno/a, dejarla en manos de otros, un grave error.