Las lenguas españolas

No son cuatro, sino cinco, las lenguas de España. El judeo-español sobrevive entre los sefardíes

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12 jun 2018 / 21:28 h - Actualizado: 13 jun 2018 / 00:04 h.
"La última (historia)"

Hay que ser tontos para intentar acabar con la diversidad lingüística de España, pero eso es lo que se intentó durante mucho tiempo e, incluso, se intenta hoy. Hay que ser tonto para inventar una consigna como la que la dictadura franquista pregonaba en Cataluña, el País Vasco y Galicia: «Habla en la lengua del imperio» y también hay que serlo ahora para pretender, como quieren los más conspicuos independentistas catalanes, que un territorio de siete millones y medio de habitantes en el que la mayoría habla dos idiomas, el catalán y el castellano, pase en cuestión de algunas generaciones a tener solo uno.

En Europa hay otro país que también tiene cuatro lenguas, Suiza, donde se hablan el alemán, el francés, el italiano y el romanche (tan oficial como las otras tres aunque únicamente sea la de 35.000 personas de un solo cantón, el de los Grisones). Pero allí están orgullosos de ello, tanto que, ante la duda de qué segunda letra habían de poner en la matrícula de los coches porque los suizos llaman a su país Schweiz Svizzera, Suisse y Svizra optaron por el latín y, por eso, llevan CH, que quiere decir Confederatio Helvética.

Pero resulta que no estamos empatados porque España, en realidad, tiene cinco (no tiene sentido alguno la memez demagógica de llamar valenciano y mallorquí al catalán hablado en Valencia y Baleares propiciada por el franquismo y seguida después por un chovinismo al que se apuntaron izquierdas y derechas). La quinta lengua es el idioma judeo-español, al que también se llama, impropia aunque muy extendidamente, ladino.

Todo el mundo sabe que los españoles de religión mosaica –los sefardíes– fueron expulsados de España en 1492, pero es mucho menos sabido que su cultura (la española proveniente de nuestra Edad Media y nuestro Renacimiento) enriqueció la de otras comunidades judías no provenientes de Sepharat o askenazis, que siguieron hablando el castellano con el que habían salido y produciendo en esa lengua literatura lírica, narrativa, teatral...

Los sefardíes se desparramaron por Centroeuropa, el Norte de África, los Balcanes, el delta del Danubio... y también llegaron más tarde a la mayoría de los países iberoamericanos. En el centro de Venecia todavía la inscripción en un pilar señala que vivieron en un barrio cercano al puente de Rialto, aunque está su nombre en otro, la Giudecca, en el lado opuesto del Canal, junto a la iglesia de il Salvatore. En todas partes conservaron, además de la lengua, costumbres, fiestas, ritos y ceremoniales... y, en todas partes, aparecieron entre ellos figuras relevantes en los campos más diversos del conocimiento.

Por ejemplo, un sefardí que tuvo y tiene importancia universal es el filósofo Benito Spinoza o Espinosa, un adelantado a su tiempo, considerado padre del pensamiento moderno por Goethe y Hegel, y cuyas teorías influyeron notabilísimamente en la Filosofía más avanzada del siglo XIX. Spinoza, aunque nacido y criado en Holanda, hablaba habitualmente en judeo-español y de ello nos han quedado muchos testimonios.

Otros, en nuestros años, han sido el búlgaro Elías Canetti, premio Nobel de Literatura o el novelista greco-francés Albert Cohen,

Hace unos años el gobierno español –un poco de tapadillo, la verdad– decidió enmendar aquel error garrafal de nuestros antepasados y reconocer la nacionalidad española de cuantos la solicitaran aportando las consabidas pruebas o testimonios. Así han pasado a ser españoles de pleno derecho muchos judíos de diversos países.

Aparte de la nocturnidad con la que el gobierno realizó un cambio tan trascendental como este en la Historia y la Geografía de lo hispano, no ha existido reacción de otras instancias, como las universitarias, donde el hecho debería haber supuesto una revolución en determinadas facultades y muchos departamentos porque si ya hay españoles que, además del castellano, el catalán, el vasco y el gallego, hablan el judeo-español lo lógico sería que hubiera comenzado a estudiarse con mayor extensión y profundidad esa lengua, sus producciones literarias históricas y también las que aún siguen produciéndose en muchos países de nuestro mundo.

Con la que se armó cuando Vargas Llosa decidió adquirir la nacionalidad española y lo que presumió con que, entre los galardonados con el premio de la Academia sueca, hubiera otro compatriota, resulta extraño que a nadie se le haya ocurrido acoger también bajo el paraguas patrio al autor de Auto de Fe y Las voces de Marraquésh, por ejemplo.

No sé si ya serán cientos o miles pero, en todo caso, se trata de una corriente que seguirá aumentando y, seguramente, podría tener más caudal a poco que se la cuidara y se le prestara atención. En todo caso, debería dar igual. Si Suiza tiene como lengua nacional el romanche que hablan solo 35.000 personas del cantón de Los Grisones, el mismo derecho tiene a serlo un idioma que, contra viento y marea han preservado durante siglos estos españoles a pesar de haber sido expulsados de su casa hace más de medio milenio. ~