Cultura

Adiós a J. D. Salinger, el escritor que supo callar

El autor de ‘El guardián entre el centeno’ tenía 91 años y vivía recluido en New Hampshire

el 28 ene 2010 / 21:22 h.

"Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso". Tal es el arranque de El guardián entre el centeno (1951), la novela que hizo mundialmente célebre a J. D. Salinger, fallecido ayer a los 91 años, y una de las obras más influyentes de la literatura del siglo XX.
Junto al mexicano Juan Rulfo, que sólo publicó dos libros, Salinger pasará a la posteridad tanto por lo que escribió como por lo que supo callar. Tras El guardián, lanzó dos obras maestras más, Nueve cuentos (1953), Franny y Zooey (1961), quedó claro que aquel debut fulgurante no era casual. Por el contrario, ponía de manifiesto el estado de gracia de un escritor deslumbrante, heredero de la mejor tradición norteamericana y a la vez sumamente audaz.
Su último libro, compuesto por dos relatos largos -Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: una introducción-, data de 1963. Pero ya tres años antes había optado por el silencio, y no sólo editorial: se apartó del mundanal ruido, rehusó conceder entrevistas, tan sólo llegó a publicar en 1965 en el New Yorker un relato titulado titulado Hapworth 16, 1924, que fue traducido al español hace un par de años por la revista malagueña Zut.
Nacido en Nueva York en 1919, Jerome David Salinger era hijo de un comerciante de quesos judío, creció en Manhattan y se alistó como voluntario en la Segunda Guerra Mundial, llegando a desembarcar en Normandía. El retrato que su hija Margaret hizo de él en la biografía El guardián de los sueños (2000) le confirmó como uno de los escritores más controvertidos de su tiempo.
Estas páginas describen el acoso al que durante años estuvo sometido por parte de la prensa -que, ávida de noticias del escritor, llegó a dar a la imprenta la lista de películas que Salinger sacaba del videoclub-, su interés por el budismo zen y las singulares prácticas purificadora que ejercitaba en casa, entre ellas la ingesta de su propia orina.
El retrato de su hija también lo describe como un manipulador -casi hasta los límites del secuestro, apartándolas de familia y amigos- de sus dos mujeres, Sylvia y Claire, de las que se divorciaría muy pronto. El texto de Margaret Salinger, no obstante, suena a ajuste de cuentas al padre famoso por parte de una hija que soñaba con la normalidad. En cualquier caso, caló entre los literatos y los lectores la idea de que Salinger debía de ser un tipo horrible en persona, pero pocos rechazan su magisterio como prosista.
El escritor vivía desde hacía décadas en su refugio de New Hampshire, donde seguía encontrándose de vez en cuando paparazzis ansiosos por robarle una última foto. Se había roto una cadera el pasado mes de mayo y se había recuperado bien, afirma su agente, Phyllis Wesberg, pero su salud se deterioró a principios de año.
"No sufrió ningún dolor en el momento de su muerte", añadió la representante mediante un comunicado de prensa, en el que también subrayó el deseo del autor de llevar una vida apartada y "defendiendo su privacidad a toda costa".
"Salinger subrayó que estaba en este mundo, pero no era parte de él", añade Wesberg. En realidad, la muerte de J. D. para sus lectores se produjo el día en que escogió la jubilación anticipada. Hasta ayer, sin embargo, todos aguardaban a que algún día se lo pensara mejor y volviera a publicar.

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