Feria de Abril

Aquí se viene almorzado y en familia

Los arcos de la portada son lo bastante anchos como para acoger a todo tipo de visitantes

el 18 abr 2013 / 23:51 h.

Ambiente en la Feria este jueves.  / Foto: J. M. Espino (Atese) Ambiente en la Feria este jueves. / Foto: J. M. Espino (Atese)   (FOTOGALERÍA DEL JUEVES EN EL REAL)   Ah, cocineros de la Feria, master-chefs de freidora grande y filo jamonero, pigmaliones del flamenquín, prometeos de la lagrimita de pollo, picassos del revuelto de espárragos; sí, sí, vosotros, los que os asomáis a las dos de la tarde al Real mortecino, que a ratos pareciera que ese mismo umbral donde fumáis ociosos fuera el del saloon de un spaghetti-western de Sergio Leone, tan árido y caldeado se ve todo. ¿Recordáis cuando, no hace tanto, volaban las cigalas de tronco y el ibérico de bellota? ¡Tiempos aquellos, quién los recuerda! Ahora no, hermanos de mandil grasiento, arguiñanos de rebujito y tapa de queso. Ahora a la Feria se viene almorzado, y hasta las cinco o las seis de la tarde no empieza la afluencia de público a notarse de veras. ¿Crisis? Las hubo peores. ¿Calor? Díganme cuándo no ha hecho calor en Sevilla. No es eso, no es eso. Es la nueva moda de venir a la Feria con el almuerzo puesto, como vienen ellos con un clavel en el ojal y ellas con coliflores de colores en la cabeza, y sin embargo tan hermosas... Comidos y en familia, así llegan los sevillanos, porque en los momentos difíciles nuestro instinto animal nos empuja a agruparnos. Madres e hijas que entran juntas al baño, hijos que prestan el hombro a padres ebrios de fino y risas beodas para llevarlos a casa, hermanos que se cuentan lo que nunca se atrevieron a contarse mientras decapitan gambas de Huelva: la Feria une mucho, y la familia que va unida a la Feria se fortalece bajo los farolillos, en la adversidad del cansancio y de las temperaturas vejatorias. Miren a las cuatro hermanas Parra, del Aljarafe, sonriendo a cámara justo antes de subir al facebook, sonriendo con sus trajes de lunares ("sólo falta mi hermano, que se ha quedado en casa cuidando de mamá, que está regular", lamenta una de ellas), y para las cuales la caseta de siempre es un lugar localizado en el corazón, y el tiempo, algo que no se computa en años, sino en ferias. Miren a los futuros suegros agasajando al novio guiri de la niña: "Yo llevaba ya tres años en Sevilla", dice el chaval, "pero creía que esto de la Feria era dar vueltas y poco más. El jamón y las coquinas, ni olerlos. Ahora sí entiendo por qué gusta tanto esto", agrega relamiéndose. Miren esas dos primas por parte de madre, cómo estrechan lazos sin darse cuenta, entre cerveza y cerveza, aunque sea debatiendo cómo se lleva este año el verdeagua, los tonos beige y los mantoncillos de plumeti (sean lo que sean los mantoncillos de plumeti), o quejándose del desequilibrio entre las calores que hacen y los pocos abanicos de propaganda que se reparten. Y no nos cuesta nada imaginar a un padre diciéndole a su descendencia, codo en barra, algo así como: "Algún día, cuando yo no esté, este carné de socio será tuyo..." Ser padre siempre es difícil, pero la Feria pone a prueba. Fíjense en la panoplia de mentirijillas que las madres (¿por qué siempre les toca a ellas esta ingrata tarea?) esgrimen para alejar a sus hijos pequeños de la siempre anhelada Calle del Infierno. "Los cacharritos este año no han venido"; "Hasta el viernes no empieza la Feria"; "No ponen los cacharritos hasta que se vaya el calor"; "¿Ves?, se ha ido la luz"; "Algunos días son sólo para los mayores...". ¡Ah, pequeñas trolas piadosas, embustes veniales sin los cuales la Feria no sería la Feria! Y como dicta la ley de vida, apenas los hijos se hacen mayores, devuelven a sus padres con intereses todas las mentirijillas que oyeron en su infancia, aunque en formas menos imaginativas, especialmente del tipo "me habrán sentado mal las ortiguillas", "me habrán sentado mal los churros", "me habrá sentado mal el hielo"... Así van entendiendo los incombustibles jóvenes de feria diaria, ávidos adolescentes, carne de botellona y de beso estremecedor entre dos coches, que la mentira es también un elemento esencial de la familia, una suerte de coagulante imprescindible para que todo permanezca unido y en su sitio. Eso sí, le guste o no a Rouco Varela, la portada de la Feria es lo suficientemente ancha y hospitalaria como para que quepan por ella familias de todo tipo, y no sólo esas que monseñor llamaría tradicionales. Gloria da ver en traje de volantes, cada vez con más frecuencia, a niñas de ébano como esas pequeñas senegalesas venidas en adopción y rebautizadas con casticísimos nombres, o esa otra cuyos ojos rasgados alguna vez vieron los rascacielos de Hangzhou o las montañas de Sìchuan, con la misma impavidez con la que hoy miran las pinturas naïf que decoran la caseta de sus papás. La Feria del siglo XXI será multiétnica o no será, del mismo modo que será, le guste o no a Rouco Varela, multifamiliar: familias nucleares y extensas, monoparentales y homoparentales, hermanastrales y ensambladas, todas habrán de recalar en el Real, pues no hay familia que no se merezca brindar con destellos de manzanilla y tomarse de la cintura en una vuelta por sevillanas. "La Feria no es para los gays", apunta un amigo al que llamaremos Fermín, visitante sevillano, homosexual, casado, por más señas, con todas las bendiciones de tomillo y romero, le guste o no a Rouco Varela. "Dos mujeres bailando juntas son algo de lo más normal, pero dos hombres, aun haciéndolo en plan de guasa, se arriesgan a que les llamen la atención. El recinto está lleno de homosexuales, pero esta semana parece que nos toca a todos la lata esta de volver al armario". Ah, Feria de la caverna, fiesta retrógrada, qué poquito te queda para dejar de ser tan pacata y abrirte, que ya toca, a los vientos de la nueva centuria, diga lo que diga Rouco Varela. Al menos vas siendo tolerante, siquiera un poco, con lo que groseramente llamas familias desestructuradas: "Mi marido A y yo llevábamos más de ocho años viniendo juntos a esta caseta, la de su familia", dice B, mujer y natural de Isla Cristina. "Este año nos separamos, pero nos hemos dado cita aquí. Yo sola quizá no vendría, lo reconozco. Pero si en la vida normal nos vemos a menudo para desayunar o tapear, y hasta para ir al cine, ¿por qué no íbamos a quedar en Feria?". Lógica aplastante ante la que nadie tiene derecho a decir ni mu. Casi estamos a punto de salir del recinto ferial para escribir esta crónica cuando nos topamos de frente con esa amiga, famosa por llevar para adelante heroicamente lo que le echen: marido y tres churumbeles, trabajo de oficina y faenas domésticas, sin que se le haya oído jamás una queja. No es nada habitual verla así, de flamenca con todos sus complementos, con sendas amigas igualmente maqueadas, una a cada lado. "¿La familia? Él de viaje, los niños con la canguro, que me cuesta una pasta... Pero es mi día y no me lo pierdo por nada del mundo. Aquí vengo, dispuesta a bailar como si no hubiera mañana", dice, y se marcha exultante, dejando una estela de jazmines a su paso, lista para conquistar la noche con tanta convicción que ni Rouco Varela (a quien nunca nadie ha visto pisar el Real) podría detenerla.

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