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Crisol iberoamericano

El Pabellón de Argentina de la Exposición Iberoaméricana, actual sede del Conservatorio Superior de Danza, muestra estos días su exótico interior, donde convive el barroco sevillano con influencias indígenas de Perú y Bolivia.

el 08 jun 2014 / 23:00 h.

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La imponente fachada principal del Pabellón de Argentina, edificio que desde su construcción nunca ha dejado de ser almacén de diferentes actividades. / Gregorio Barrera La imponente fachada principal del Pabellón de Argentina, edificio que desde su construcción nunca ha dejado de ser almacén de diferentes actividades. / Gregorio Barrera

Si hay un país indefinible en el conjunto de Iberoamérica ese es Argentina. Lo heterogéneo de su historia y su propia capacidad de erigirse en punto de encuentro y crisol de culturas le hacen especialmente permeable a todo tipo de influencias. En 1929, el arquitecto y Presidente de la Comisión de Bellas Artes, Martín San Noel, entendió ejemplarmente este mestizo punto de partida a la hora de edificar el Pabellón de Argentina, una de las más grandes construcciones de la Exposición Universal de 1929. Estos días, y hasta el 30 del presente mes, abre sus puertas de par en par en el marco de una iniciativa que festeja el cien aniversario del Parque de María Luisa.

Un visitante informado advertirá nada más cruzar el umbral de su imponente puerta –que parece recordar a la de un templo religioso– que todo el edificio está imantado por numerosas influencias étnicas. Se acumulan ante nuestros ojos elementos arquitectónicos argentinos, pero también peruanos y bolivianos, en una personal visión del creador del inmueble por la cual Argentina se fusionó de manera muy natural con la aportación de los otros dos países del Altiplano citados. Fusión que se hace extensible por igual a Sevilla, y a la aportación española en general. Se trata, en fin, de un verdadero estilo panamericano que se constata de forma palpable en la portada trasera, inspirada en la de Arequipa (Perú), el patio central de composición paceña (de La Paz, Bolivia) y la cúpula ochavada del edificio lateral que imita a las argentinas de Córdoba o a las múltiples torres que circundan toda la visión de la Pampa.

Apenas una decena de visitantes deambulaban ayer por los pocos espacios abiertos en el interior del Pabellón. Es la tónica habitual en todos los edificios en uso. Estas paredes siempre han sido testigos de actividad. Una vez finalizada la Exposición, en el año 1935 el edificio pasó a manos del estado español y fue destinado a distintos usos, como dependencias de la Organización Femenina durante el régimen de Franco. Años más tarde, en 1949, pasa a ser de uso docente como instituto femenino (luego mixto), con el nombre de Instituto Murillo, sufriendo entonces diversas intervenciones que modificaron sustancialmente espacios importantes de su interior. Finalmente, desde 1994 es la sede del Conservatorio Profesional de Danza Antonio Ruiz Soler.

El patio central remite a la arquitectura boliviana de inicios del siglo XX. / El Correo El patio central remite a la arquitectura boliviana de inicios del siglo XX. / El Correo

Transitando por sus largos pasillos salpicados de aulas cerradas al ojo cotilla uno encuentra hasta algo inquietante, primitivo, en un edificio en cuya galería alta todavía puede admirarse el diseño que Gustavo Bacarisas realizó en unos retablos de cerámica en los que dibujó seis ejemplos de costumbres criollas. El mismo autor también salpicó muchos interiores, como el tambor de la cúpula principal, con estampas costumbristas de la Pampa argentina y de la cordillera andina. Por aquí y allá aparece ese animal mítico, el cóndor andino, de tal manera que el ocasional visitante puede entretenerse en el conteo de todas las veces en las que puede visualizarse al cóndor.

Ubicado a la izquierda del principal, hallaremos un segundo edificio, de estilo neobarroco argentino, compuesto por un gran salón de planta rectangular que aloja en su interior un agradable anfiteatro de 400 plazas y que actualmente se utiliza casi exclusivamente para exhibiciones de danza de los alumnos del Conservatorio. En su interior puede verse un gran panel pictórico de Rodolfo Franco.

Existe en el ser humano una indómita afición por subir al punto más alto. El Pabellón de Argentina posee una torre majestuosa. Yno son pocos los que habiendo llegado aquí despechan todo lo demás con tal de encaramarse a la cima y disparar el resorte de sus cámaras fotográficas. En este caso al menos la pulsión parece estar plenamente justificada;se trata según los historiadores de la torre más interesante arquitectónicamente de cuantas se levantaron en la Expo’29. Esto es así porque precisamente en su cuerpo superior, Martín San Noel empleó con mayor profusión su genuino barroquismo en la ornamentación. También se instaló aquí la zona residencial y el restaurante, así como un mirador y la portada de acceso.

Los elementos indígenas se advierten por doquier gracias a las aportaciones de artistas americanos como Alfredo Gramajo y Alfredo Guido, entre otros ya citados, cada uno con su propio estilo, contrastantes en la mayoría de las ocasiones, poniendo en diálogo siempre el barroquismo sevillano con cierto exotismo pintoresquista.

En lo que no hay consenso en las reseñas de la época es en el interés de lo que originariamente se expuso. Perfumería, cuero, calzados, conservas. Un gran número de expositores comerciales argentinos se desplegaron por el edificio de un país que apostó más por constituir una auténtico escaparate que por mostrar un retazo de su arte y su cultura. Pero eso hoy poco importan y aunque el Pabellón esté abierto parcialmente todos los días del año, este mes muestra bastante más de lo que esconde. Acudan y quédense asombrados con el cuerpo central del edificio, donde se presenta una portada muy elaborada a modo de un gran retablo barroco en dos pisos, que va englobando los distintos huecos de la fachada. Evoca a las grandes mansiones sudamericanas, incluyendo en su planta superior una biblioteca con más de 5.000 volúmenes publicados en Argentina, de autores iberoamericanos.

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