Cultura

Cuando la pureza cobra una extraña verosimilitud

el 28 sep 2012 / 20:47 h.

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Espacio Santa Clara. 28 de septiembre de 2012. Cante: Diego Amaya Núñez "El Cabrillero" y Tamara Aguilera. Guitarra: Paco Cortés. Entrada: Lleno.

A veces, un cantaor dice muchas cosas antes de despegar los labios y proferir el primer quejío. Fue el caso, en la tarde de ayer, de Diego Amaya Núñez, El Cabrillero, que es cantaor hasta tomando asiento: la espalda recta, la cabeza ladeada hacia la guitarra, una mano apoyada en el muslo y la otra en vilo, entre las rodillas. Primero ese saber asentarse en escena, luego el cante gitano por derecho.

El de Utrera, sobrino de ese portento jerezano conocido como Chocolate, una de sus influencias más confortantes, tiene una voz más fraguada en ambientes familiares que en la disciplina y el estudio. No siempre le acompañó la justa afinación, pero se entregó por completo, con momentos especialmente felices en los tarantos y en los fandangos. Fue, en resumen, uno de esos recitales en los que esa superstición flamenca que llamamos pureza cobra una insólita verosimilitud.

Ignoro por qué motivo abrió El Cabrillero y cerró la joven de La Puebla del Río, Tamara Aguilera, pero lo cierto es que la cantaora defendió bien un repertorio en el que se acordó de Bernardo el de los Lobitos por malagueñas y sedujo a la concurrencia por seguiriyas, uno de sus palos fuertes. Una hermosa tarde de cante.

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