Toros

«Doctor, la cornada es fuerte…»

Los testigos de la tragedia rescatan el ambiente de aquel momento y la impresión de máxima gravedad de las heridas sufridas. El diestro falleció desangrado en la carretera de Córdoba. Las palabras de Paquirri en la enfermería de Pozoblanco sobrecogieron al país.

el 26 sep 2014 / 12:00 h.

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Momento de la cogida y cómo Avispado engancha a Paquirri. Momento de la cogida y cómo Avispado engancha a Paquirri. Avispado había prendido a Paquirri, le había metido el pitón en el muslo derecho hasta la cepa. Al paso, dando lentos cabezazos, lo lleva hasta los medios. En su afán de zafarse de los pitones el torero se aferra a la cabeza del toro. La impresión en el tendido ya es de una cornada gravísima. «Todos llegamos a la vez y el toro no hacía por nosotros. Intenté tirar de él pero era imposible. Cuando lo soltó me llevé al toro de allí y me impresioné mucho al ver cómo le chorreaba la sangre por el pitón derecho. Me llevé a Avispado a un extremo mientras trasladaban a Paquirri a la enfermería. Entonces se hizo presente la cuadrilla del Yiyo, al que le correspondía matar al toro, y me metí para adentro», recuerda Rafael Torres. El informador Pepe Toscano ya se encontraba allí: «Entró Paquirri y comenzaron los previos a la intervención. Vimos la herida y comenzaron los trámites necesarios. Apareció Salmoral y quisieron entrar más pero ya no les dejaron. Sí accedieron los médicos que habían venido de Córdoba para ver la corrida como aficionados. Taparon el cristal roto con una sábana y a raíz de ahí ya pidieron que desalojáramos la enfermería. Me salí y al poco lo hizo Salmoral. Antes había filmado lo que todos pudimos ver por televisión». El cirujano plástico José María Cabrera intenta taponar la herida con el puño mientras Ramón Alvarado sostiene la cabeza del torero. Ruiz González corta las taleguillas y los leotardos destrozados con unas tijeras. El muslo derecho, en su tercio superior, parece partido por un inmenso hachazo y sangra mansamente. Hay dudas con el grupo sanguíneo del torero y tienen que llamar al hotel para despejarlas. Paquirri pide calma y se dirige a Eliseo Morán, el cirujano que atendía la modesta enfermería de Pozoblanco: «Doctor, yo quiero hablar con usted porque si no, no me voy a quedar tranquilo. La cornada es fuerte. Tiene al menos dos trayectorias. Una para allá y otra para acá. Abra todo lo que tenga que abrir y lo demás está en sus manos». Paquirri pide agua, «sólo es para enjuagarme», advierte. En el teléfono de la enfermería, Ramón Vila requiere detalles de la cornada. En pocos minutos emprendería viaje a Córdoba. Rafael Torres ya se encontraba junto a su maestro. «Cuando llegué a la enfermería estaba sobre la camilla y los médicos estaban ya liados con él, quitándole la ropa, comprobando la gravedad de la herida. La cornada era muy grande y era imposible que allí se hiciera nada, le cabía un puño. Lo que se intentó fue cortar la hemorragia ante todo. Aquello seguía sangrando y consiguieron ligar algunas venas pero no habían ligado la de arriba, la ilíaca. Era imposible. Había que abrirle y allí no había medios para operar con aquella gravedad y el médico le advirtió de que lo tendrían que trasladar a Córdoba». Paquirri ya en la enfermería. Paquirri ya en la enfermería. Toscano vuelve al callejón de la plaza y la gente pide noticias desde los tendidos. Yiyo corta las orejas de Avispado después de una larga faena y la lidia de los dos últimos toros, pese al triunfo de los toreros, se resuelve en medio de un clima extraño. Nadie se atreve a sacarlos a hombros. En la enfermería se lucha contrarreloj para ligar las arterias seccionadas. Todo el paquete vascular está destrozado y los médicos, después de hacer todo lo que estaba en su mano, toman la única decisión posible: «Paco tenemos que llevarte a Córdoba». La ambulancia está dispuesta y se emprende viaje rumbo al Hospital Reina Sofía en medio de un clima angustioso. La corrida ha terminado y Toscano vuelve a la enfermería para encontrar a Eliseo Morán, el médico, apoyado en el quicio de la puerta con la mirada ausente. Allí mismo, en el teléfono de aquel cuarto de curas, se improvisa la primera crónica para Radio Cadena Española. La noticia de la gravísima cornada empieza a dar la vuelta a España. La ambulancia vuela por aquellas carreteras angostas camino de Córdoba. Según recoge el testimonio de Pepe Toscano, «en aquella ambulancia iban el chófer, Francisco Rossi; Ramón Alvarado, Paquirri y el anestesista Paco Funes. Detrás venían otros médicos y Juan Carlos Beca Belmonte», que en aquella temporada representaba al diestro de Barbate. Habían convenido en que si la ambulancia paraba es que Paquirri había fallecido. Efectivamente, «la ambulancia paró en la Carrera del Caballo». Pero a Paquirri aún le quedaba un hálito de vida, según supo Toscano por el anestesista: «hubo un momento en el que el cuerpo reaccionó, tomó aire, y Funes ordenó al chófer que continuara. ¡Paco, cierra la puerta y tira para adelante! Ramón Alvarado había descendido a buscar al médico que venía detrás: ¡se muere!». No había tiempo para llegar a Reina Sofía y la ambulancia paró en el antiguo Hospital Militar, a la entrada de Córdoba. «Nos marchamos al hotel pensando que la cornada era fuerte pero no podíamos imaginar que pudiera ser mortal. Emprendimos el viaje a Córdoba y a mitad de camino nos encontramos con el coche de Isabel Pantoja que subía para Pozoblanco. Nos pitó, paramos y la vimos muy afectada. Como es natural tratamos de tranquilizarla. Le dijimos que era una cornada sin importancia. Fuimos al hospital Reina Sofía y desde allí nos dirigieron al Militar. Cuando llegamos allí, la mujer de Ramón Vila nos hizo ver lo que pasaba. Una monjita se llevó a Isabel Pantoja a la capilla para prepararla de lo que se le venía encima». Toscano y Salmoral también han emprendido el viaje de vuelta. Saben que llevan una bomba informativa entre las manos y lamentan la mala suerte del torero. A la altura de Cerro Muriano las luces de un coche les hacen señales para que se detengan. No pueden dar crédito a lo que les están contando. Mientras, las gentes de Córdoba, como una masa silenciosa, se han ido congregando a las puertas del viejo Hospital Militar, cerrado a cal y canto y protegido por la Policía Militar. La tragedia es ya una certeza irremediable y Manuel Benítez El Cordobés se abre paso entre el gentío. Lejos de allí, en las curvas de Villanueva, El Yiyo viaja en compañía de su padre y de Tomás Redondo, su apoderado, que se había empapado la guayabera con la sangre de Paquirri. Con el amargor reseco de la cornada sufrida por el maestro, desandan el camino de Madrid y escuchan con desgana un programa musical que se trunca de repente: «Interrumpimos el programa para comunicar a nuestros oyentes la muerte de Francisco Rivera Paquirri, cogido esta tarde por un toro en Pozoblanco».

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