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El camino empieza en El Salvador

Quien diga que El Rocío es siempre igual se equivoca. Si no que se lo digan a los 2.000 romeros de la hermandad de Sevilla, que ayer se reencontraron con El Salvador. Después de cinco años de exilio, la carreta de Villarreal partió desde la remozada iglesia colegial.
Foto: Antonio Acedo

el 15 sep 2009 / 04:30 h.

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Quien diga que El Rocío es siempre igual se equivoca. Si no que se lo digan a los 2.000 romeros de la hermandad de Sevilla, que ayer se reencontraron con El Salvador. Después de cinco años de exilio, la carreta de Villarreal partió desde la remozada iglesia colegial. Al mediodía, la ciudad se quedaba sin peregrinos.

Había ganas de volver a salir de casa. Antes de despuntar el alba ya había carretas en la plaza del Salvador. Perfectamente formadas en corro iban delimitando el último feudo rociero que quedaba en la ciudad. Desde su pedestal, Martínez Montañés presenciaba la llegada de los primeros peregrinos para la Misa de Romeros. El vicario de la diócesis y rector del Salvador, Francisco Ortiz, ofició la ceremonia. En su homilía, como no podía ser de otra manera, hizo referencia a esta vuelta: "La hermandad de Sevilla recupera su casa. Hoy [por ayer] sale del Salvador, donde siempre ha tenido su sede. El templo se llena de Rocío en este reencuentro", destacó el prelado en la celebración.

Y tanto que se reencontró. Sevillanas, vítores y la salve de Sevilla para despedir al Simpecado verde de Esperanza Elena Caro, el último en dejar la capital. En la puerta, la carreta de plata soportaba un ligero aguacero. Bajo la lluvia, Francisco Montes, prioste de la hermandad, entronizaba el Simpecado. Desafío rociero. Nada es impedimento para llegar hasta la Blanca Paloma. Al menos es lo que ayer exponía el hermano mayor, José Ramón Candau, que trataba de restar importancia a la lluvia que les acompañó en la salida: "Esto no es ná. Mejor. Más fresquito para el camino. Si nos va a venir bien. Asentará el polvo. Ya verás", sentenció. Entre capotes verdes y algunos paraguas, los últimos romeros de la ciudad partían del Salvador. Un cielo encapotado amenazaba con nuevas lluvias. Eran las 9.15 horas y el tiempo apremiaba.

El desfile del cortejo se hizo a un ritmo más acelerado al habitual. Primera parada ante el Ayuntamiento, en la plaza de San Francisco; la segunda fue en la Casa de la Provincia, bajo la Giralda. La última, en la sede de la Policía Nacional, en Blas Infante. Las prisas no restaron lucimiento a la despedida, en la que la carreta regó de aromas marismeños las calles debido al exorno floral tan campero que llevaba. Sobre las once de la mañana se disponía a cruzar el puente de Juan Carlos I -el de Hierro está cerrado por obras-. Lo hacía antes del horario fijado. El esfuerzo fue titánico.

Llegaba el momento en el que la ciudad se vaciaba de romeros. En la lejanía se perdían los sones del tamboril de Manolo León, benacazonero que desde hace años pone la música. Este año sus plegarias hablaban de una promesa. Ofrecía el camino por la salud de su padre. Vivencias de un camino que empieza en El Salvador.
Foto: Antonio Acedo

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