Cultura

El sevillano que descubrió América

América fue descubierta, al menos en un sentido poético, por un sevillano. Se llamaba Juan de Castellanos, era natural de Alanís y comprimió todas las maravillas del Nuevo Continente en un poema monumental. (Foto: El Correo)

el 15 sep 2009 / 05:27 h.

América fue descubierta, al menos en un sentido poético, por un sevillano. Se llamaba Juan de Castellanos, era natural de Alanís y comprimió todas las maravillas del Nuevo Continente en un poema monumental. El poeta colombiano William Ospina evoca su figura en el volumen Las auroras de sangre, rescatado en España por Belacqua.

A través de seiscientas páginas, Ospina sigue la pista de Castellanos, el récord Guinness de la poesía en nuestro idioma al haber pasado más de treinta años escribiendo un poema, Las elegías de varones ilustres de Indias, de 113.600 endecasílabos, en los que plasmó todo lo visto y vivido en su periplo por la América recién conquistada.

Nacido en el pueblo serrano de Alanís en 1522, Castellanos estudió preceptiva y oratoria en Sevilla, y fue uno de tantos españoles que marchó a buscar fortuna en las Américas a mediados del siglo XVI. Fue soldado en las expediciones de Conquista, resultando malherido en varios combates; sobrevivió a un naufragio, escapó de un tigre hambriento, estuvo a punto de ahogarse en un río, fue buscador de oro, acabó ordenándose sacerdote y salió bien librado de un proceso de herejía.

Todas estas peripecias las repasa Ospina consciente de la extraordinaria vida del personaje, pero a sabiendas también de que su verdadera aventura la emprendería rondando los cuarenta años: redactar un vasto poema que sería, por antigüedad, la segunda crónica general después de la de Fernández de Oviedo, pero el primer poema verdaderamente americano en lengua castellana.

Y lo hizo con un apabullante afán totalizador, describiendo minuciosamente cuanto se tropezaba a su paso, incluso dando nombres y apellidos: la fauna y la flora, paisajes y costumbres, heroicidades y crueldades, nada parecía escapar a la insaciable grafomanía de Juan de Castellanos. Una especie de precursor de Walt Whitman, con el atractivo añadido de que el sevillano demuestra cómo una lengua se abre paso en un mundo desconocido, cómo éste se refunda en tanto aquélla avanza. Éste es el verdadero espinazo del ensayo de William Ospina, la confirmación de la idea borgiana según la cual, en los orígenes, 'nombrar' equivale a 'crear'.

dos mundos. El autor de Las auroras de sangre proyecta así una mirada sobre la Conquista que va un paso más allá de los tópicos sangrientos, presentándolas como "el choque de dos mundos y dos visiones que se validan cada una a sí misma, pero que no logran encontrar una síntesis", comenta Ospina.

También señala el colombiano la tremenda injusticia cometida con Juan de Castellanos, cuyo poema permaneció en el olvido durante siglos. Los motivos que baraja son muchos: en su tiempo, por la reacción del autor frente a la crueldad de los conquistadores y la simpatía hacia los moradores originales de aquellas tierras; también por el riesgo que asumía incorporar por primera vez vocablos americanos; pero sobre todo por la persistente ceguera de los expertos -tanto los escritores como los críticos e historiadores le negaron persistentemente el pan y la sal-, lo que convierte Las auroras de sangre, de paso, en un riguroso examen sobre los perversos mecanismos que rigen la crítica y la historiografía literaria.

Castellanos murió en Tunja (Colombia) en 1607. Hasta su último aliento, subraya William Ospina, su máxima aspiración era seguir registrando en verso cuanto había visto y conocido. "Después de escribir gruesos volúmenes que prácticamente nadie leería por siglos, lo único que acertaba a decir al final era que ojalá se sirviera Dios en darle un poco más de vida para alcanzar a contar lo que aún se le quedaba en el tintero".

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