Cultura

"Esperamos de los intelectuales más de lo que están dando"

Entrevista a Germán Jiménez, dramaturgo.

el 16 feb 2014 / 23:05 h.

TAGS:

Gabriel Jiménez, un dramaturgo consagrado al otro lado del océano. / Luis Serrano Germán Jiménez, un dramaturgo consagrado al otro lado del océano. / Luis Serrano Aunque nacido en Brácana, Granada, en 1959, Germán Jiménez lleva mucho tiempo afincado en Sevilla, donde ejerce como profesor de latín en un instituto de Mairena del Aljarafe. Pero la docencia no le ha apartado de su vocación literaria, y para demostrarlo solo hay que atender a su último libro como dramaturgo, Las puertas del infierno, que acaba de ver la luz en México después de conquistar el premio Sor Juana Inés de la Cruz. «He enviado algunas obras a concursos, pero nunca he intentado entrar en el terreno de la puesta en escena. Lo normal es que te premien un año, te publiquen al siguiente, y ahí quede todo», dice con humor resignado. Para Jiménez, que obtuvo el premio Fray Luis de León en 2005 por su obra El parto de Popea, el Martín Recuerda de 2001 por Lo que son las cosas, y el Segundo accésit en el Certamen Internacional de Teatro Hermanos Machado del Ayuntamiento de Sevilla, en 1999, por Soledades, lo que importa es escribir. «Como todo el mundo, soy muy lector desde chico, y pasar de la lectura a la escritura es un poco como sembrar y segar, lo más natural del mundo. Y lo que más me ha gustado siempre es leer teatro», asegura, pero a renglón seguido apunta que los citados éxitos «ni me animan ni me desaniman: mi vida ya está hecha. Si tengo sequía reativa, no pasa nada. Ya vendrán los temas, los argumentos. Y si no vienen, la vida sigue». Reconoce, eso sí, que empezó tarde, con 46 o 47 años. Su labor docente le ayudó, según explica, «a adquirir una visión muy humanista de las cosas, porque en el griego y el latín, en la cultura clásica, está todo. Poco se ha hecho después. Ese legado es el que me ayuda también a entender a otros autores a los que siento muy cerca, como Cervantes o Valle-Inclán», agrega. Sin embargo, es curioso que lo grecolatino apenas asome por las historias que Germán Jiménez escribe en clave dramática. O no lo haga de manera evidente. «La estructura sí es bastante grecolatina», subraya el autor. «No necesito que haya un coro, pero sí un personaje coral en escena». Sobre Las puertas del infierno, advierte de que se trata «de un argumento difícil, que propone una reflexión más que contar cosas que pasan». Y esa reflexión parte, según cuenta Jiménez, de un íntimo y fundado mosqueo con el mundo, más concretamente con el mundo de la cultura. «Estoy muy enfadado con el arte y los artistas. En todo caso, espero más de los intelectuales y de la gente que está en el candelero de lo que creo que están dando . Los 80 y los 90 nos instalaron en una movida lúdica que nos ha dejado muy blandos, sin garra para decir lo que hay que decir en este momento». A partir de esa legítima indignación, el dramaturgo usa al genial escultor Auguste Rodin «como una cabeza de turco que me gusta», y al poeta RainerMaria Rilke como contrapeso. «El joven Rilke va a ver a un Rodin ya consagrado, a quien admira sinceramente y sin adulación. Pero Rodin va a aprovecharse de él, como lo hizo de Camille Claudel. Con ese pretexto vengo a decir que los artistas deben ofrecer algo más que belleza, por ejemplo una voz, como se ve que estamos necesitando ahora», denuncia. Antes de concluir la conversación, Germán Jiménez confiesa que «tengo muchos proyectos nuevos, casi todos fruto de momentos puntuales, ya sean de rabia o de éxtasis. El último es un proyecto donde todavía no hay personajes, solo un siglo: el XVIII. Quiero hablar de la ilustración, y de cómo se la cargaron justo cuando parecía que, por fin, íbamos hacia delante», concluye el autor.

  • 1