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La Maestranza parecía Valdemorillo

Ortega, Román y Lama se marchan de vacío a pesar de repartirse equitativamente tres novillos con opciones de triunfo en la novillada de abono celebrada esta tarde en Sevilla.

el 28 abr 2013 / 23:03 h.

Román. / Foto: J. M. Paisano (Atese) Román. / Foto: J. M. Paisano (Atese)   Ganado: Se lidiaron cinco novillos de Núñez del Cuvillo y uno -que salió en tercer lugar- de Fuente del Rey. El primero resultó excelente aunque un punto flojo; importante pero muy complicado -por mirón- el segundo; soso el tercero; deslucidos cuarto y quinto; noble aunque escaso de fuerzas el sexto.   Novilleros: Juan Ortega, de corinto y oro, palmas y silencio. / Román, de sangre de toro y oro, ovación y silencio tras aviso. / Lama de Góngora, de aguamarina y oro, silencio y palmas tras aviso.   Incidencias: La plaza registró más de dos tercios de entrada en tarde desapacible, ventosa y glacial. La lluvia amenazó pero no llegó a desatarse. Destacó el picador Manuel Cid, de la cuadrilla de Lama.   La suerte permitió que los tres novillos de mayores opciones se distribuyeran equitativamente en los lotes. Fueron un primero de excelente clase y boyantía en la muleta; también un complejo segundo por orientado y mirón que transmitía mucho cuando se entregaba en los engaños; el tercer torete potable fue el sexto, un jabonero blando y noble que quizá duró demasiado poco.   El caso es que hubo material para que la terna hubiera salido más o menos disparada de un festejo que había despertado una enorme expectación. Ni el tremendo frío que sacudía los tendidos de la plaza de la Maestranza -parecía un festejo de Valdemorillo o Ajalvir- restó los dos tercios largos de aforo en una plaza que presentaba un aspecto inusual para estas calendas: abrigos, paraguas, bufandas... el mundo al revés después del ese breve veranillo que nos engañó a todos.   [gallery columns="2" ids="430751,430750"]   Decíamos que ese primero llegó a la muleta con un excelente son y unos viajes rebosantes que no fueron amortizados por Juan Ortega, un chico con un pie en Sevilla y otro en Córdoba del que se cuentan muchas cosas y casi todas buenas. Pero el caso es no logró acoplarse a esa gran embestida. Hubo mejor planteamiento que resolución pero el acople verdadero no llegó a levantar un trasteo que también tuvo en contra la continua molestia del viento. ¿Estuvo mal Ortega? Tampoco bien. La oportunidad era de oro y se le esfumó por completo. Lo mejor, la estocada. La parroquia andaba ya criogenizada cuando despachó al cuarto, un novillo seguido, tardo, corto de viajes y violentito con el que pasó demasiado tiempo en la cara.   También se esfumó la oportunidad de triunfo que puso el segundo de la tarde en manos de Román. Pero el sonriente novillero valenciano no terminó de centrarse por completo en una faena que tuvo buen inicio y mejor final aunque adoleció de mayor y mejor trazo en su fase central. El novillo transmitía una barbaridad por el pitón izquierdo pero también miraba siempre lo que había detrás de la muleta y, definitivamente orientado, llegó a alcanzar al chico dos veces, la segunda de ellas cuando se lo echó encima al cerrar el trasteo con las inevitables y prescindibles bernardinas. Con el paletón quinto tuvo muchas menos opciones. Animoso, lo recibió con dos faroles de rodillas en el tercio pero a esas alturas la plaza había entrado en la quinta glaciación y el utrero, embistiendo a trompicones, tampoco terminó de centrarse en una faena larga y anodina que parecía haber sentenciado definitivamente el festejo.   En estas salió el sexto, otro precioso jabonero de escasísimas fuerzas que en otras circunstancias -que le pregunten al presidente- habría sido devuelto de inmediato. Pero el novillo de Cuvillo llegó a la muleta de Lama con una templada nobleza que el nuevo valor de la afición hispalense -se notó en los tendidos- aprovechó en una faena rítmica y compuesta, de muletazos a media altura con la cintura quebrada; resueltos con un leve codilleo y rematados con pases de pecho al hombrillo contrario que despertaron al público de la hibernación. Cuando se echó la muleta a la mano izquierda cambió la decoración. El bicho comenzó a defenderse de puro flojo y la faena, a menos, acabó de enterrarse en un sin fin de descabellos. Con el informal y soso tercero no pasó de tesonero y machacón aunque lo mató a ley.  

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