Cultura

Más luces que sombras

Concluye una Bienal de Flamenco que consagró a jóvenes valores, certificó la buena salud de los veteranos y permite soñar con futuras ediciones en las que el certamen siga creciendo por el buen camino.

el 06 oct 2014 / 12:00 h.

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En el centro, un momento del memorable espectáculo ‘Toda una vida’ en el Lope. / El Correo En el centro, un momento del memorable espectáculo ‘Toda una vida’ en el Lope. / El Correo Ni la debacle que pronostican periódicamente los más derrotistas, ni el triunfalismo atropellado de los hooligans. La Bienal de Flamenco 2014 ha concluido dejando en el paladar un regusto amable, y sobre todo la sensación de que la nueva dirección, con Cristóbal Ortega al frente, puede encarrilar el certamen en el buen camino, siempre que se rectifiquen los errores y se potencien las posibilidades de una cita que aspira a hacer de Sevilla el centro mundial del flamenco. Atrás quedan 24 días que arrancaron con muy mal pie, con un fallido homenaje a Paco de Lucía –Ortega fue el primero en admitir el error, cosa que le honra– y una gala inaugural excesivamente larga y deslavazada. Para consuelo de los aficionados más fieles y exigentes, no tardaron en aparecer propuestas que hicieron subir el listón de calidad, especialmente las de artistas que no siempre han dado en la diana, como Farruquito, Belén Maya o Esperanza Fernández, y que este año han estado esplendentes. Farruquito, sobre una mesa en el escenario. / El Correo Farruquito, sobre una mesa en el escenario. / José Luis Montero Bienal ésta donde los senior han estado por lo general a la altura de lo que se esperaba de ellos, sobre todo en el baile, desde María Pagés o Manuela Carrasco a Isabel Bayón –a la que ya pocos se atreven a llamar Isabelita, porque se ha convertido en una estrella indiscutible de los suyo–, pasando por Merche Esmeralda, por citar nombres que han dado muchas alegrías. Tal vez la guitarra haya estado peor representada este año, aunque la solvencia de Tomatito y de Paco Cepero hayan dejado también su sello en sendos escenarios, y Rafael Riqueni, en su esperadísimo regreso, haya protagonizado tal vez el momento mágico de esta edición. Bienal ésta, también, en la que hemos visto reivindicarse con mucha fuerza a jóvenes guitarristas –Dani de Morón, Diego del Morao,Manuel de la Luz, Alfredo Lagos, Manuel Valencia–, bailaores –Patricia Guerrero, Eduardo Guerrero, Pastora Galván– y cantaores –Rocío Márquez, Miguel Ortega–, lo que invita a conservar la fe en un efectivo relevo generacional. Jesús Méndez y Antonio Reyes, indiscutibles triunfadores de esta edición. / El Correo Jesús Méndez y Antonio Reyes, indiscutibles triunfadores de esta edición. / El Correo Hablamos de artistas que ya están listos, o poco les falta, para ocupar la élite de lo jondo, con lo que de gloria y responsabilidad comporta, como ya lo están dos triunfadores de esta Bienal, Arcángel y José Valencia. Una nueva generación llena de jóvenes que cantan, en el mejor sentido, como viejos –Antonio Reyes y Jesús Méndez a la cabeza, pero también Miguel Lavi o Pedro el Granaíno–, en contraste con viejos que conservan una envidiable juventud de ánimo, como los maestros de Jerez que llenaron el Maestranza o los septuagenarios y octogenarios que protagonizaron el espectáculo Toda una vida, una gozada para cualquiera, aficionado o no, que tenga sangre en las venas. Una Bienal donde cupieron las fusiones con control de calidad, como las de Jorge Pardo, Benavent y DiGeraldo acompañando a Carmen Linares, o la de Dorantes con Renaud García Fons; donde se mantuvo acertadamente la apuesta de la anterior directora del certamen, Rosalía Gómez, por llevar a la calle el flamenco, pero sin dejar de explorar nuevos espacios, como los Reales Alcázares o la espectacular capilla del Palacio de San Telmo que conquistaronJosé de la Tomasa y los solistas de la Orquesta Barroca de Sevilla durante tres domingos. También hubo, como no podía ser de otro modo, pinchazos, y sería menester analizar con tiempo las causas de los mismos. Por qué Mayte Martín, por ejemplo, no acaba de dar con la fórmula para poner a sus pies Sevilla, donde se la valora y mucho; por qué Estrella Morente sigue apostando su prestigio a la grandilocuencia, en vez de dar de una vez ese recital que tanto se le reclama, cantando por derecho y acallando las controversias desde el escenario; por qué un monstruo del cante como El Pele, que ya tiene su nombre escrito con letras de oro en los anales de la Bienal, no dio con la tecla para ofrecer su mejor versión; o por qué una bailaora maravillosa como Rocío Molina sembró el desconcierto alejándose tanto del Norte jondo en su Bosque ardora. la bailaora Isabel Bayón, un referente imprescindible de la Bienal. la bailaora Isabel Bayón, un referente imprescindible de la Bienal. Claro que si todo mereciera un 10, nada lo merecería. Precisamente la grandeza de la Bienal es que a priori no hay nada ganado. De nada sirve el currículo ni el caché. Hay que intentar llegar a la cita en la mejor forma, pero luego los nervios, la inspiración, el planteamiento del espectáculo y mil cosas más decidirán el resultado final. Un advenedizo conjura el duende y se mete a Sevilla en el bolsillo, como una figura de primera línea puede hundirse en el lodo sin encontrarse a sí misma. Forma parte de este oficio, de la grandeza del flamenco y de este desafío supremo que es actuar en la Bienal. Va en el sueldo y en el precio de la entrada que paga el público. También debería ir en el pack del flamenco aceptar el juego natural del crítico. Porque esta ha sido –se veía venir desde el primer día– la Bienal de la histeria frente a la crítica, avivada por el eco de las redes sociales y la avidez por vender titulares elogiosos en los dosieres. Si hay que explicarle a un artista que una crítica no es ni más ni menos que la valoración necesariamente subjetiva de su trabajo por parte de una persona, que acude al teatro condicionada como es lógico por sus gustos, su afinidad y su estado de ánimo, entonces ese señor o señora no ha entendido nada de su oficio y casi de la vida, ya puede tocar, cantar o bailar como los ángeles. Y demasiados han perdido los papeles este año como para no sentir las sirenas de alarma. Siguiendo con lo peor de esta Bienal 2014, urge una reunión entre Ayuntamiento y Junta de Andalucía, a través del Instituto Andaluz de Flamenco, para acabar de una vez por todas con una imagen de desunión que solo colabora en el enrarecimiento del clima y en las dudas sobre la estabilidad presupuestaria de la Bienal. Ninguneos, desplantes y cruces de acusaciones no es lo que necesita el universo jondo, sino políticos remando todos a una y recordando que lo importante de la foto es el señor o señora que va a dejarse el alma sobre las tablas. Por último, a pesar del excepcional interés de los debates desarrollados en el simposio dedicado a Paco de Lucía, la equivocación de ubicar las sesiones en Fibes y la desidia general de los sevillanos hizo que la iniciativa se quedara corta como homenaje al titán de Algeciras. La Bienal sigue debiéndole a Paco uno o varios tributos a la altura de su legado, que es vastísimo. Por fortuna, fueron más las luces que las sombras. 24 días en los que Sevilla supo vender su marca por el mundo con la debida antelación, logró desplegar sobre sus escenarios el mejor flamenco del momento –con todas las naturales ausencias que quepan– y permitió soñar con futuras ediciones que hagan crecer y mejorar esa sobredosis de arte que llamamos Bienal.

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