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Mucho ruido y pocas nueces

Alberto Aguilar y Javier Castaño se entregaron a tope con un encierro de Cuadri que no justificó la expectación levantada.

el 17 abr 2012 / 21:08 h.

Volvían los cuadris a Sevilla. Para algunos, muchos, ésa era la gran noticia dentro del elenco ganadero que presentó la empresa Pagés para felicitar las pascuas. Y es que los astados de Comeuñas gozan de la adhesión inquebrantable de una buena porción de la afición más torista que esperaba como agua de mayo el retorno de estos imponentes ejemplares que defraudaron en parte las grandes expectativas levantadas. En cualquier caso, el personal torista debe caber en un taxi porque la entrada registrada ayer en la plaza de la Maestranza no se diferenció demasiado del panorama desolador que se presenta este año. Sí se vieron rostros conocidos del mundillo taurino de Huelva y su campo, que debieron consolarse con el interesante comportamiento de dos de los toros lidiados, tercero y cuarto, que fueron muy desigualmente aprovechados por sus matadores.

En el pódium de méritos hay que elevar en primer lugar al leonés Javier Castaño, que salió dispuesto a estar por encima de los toros de su lote fueran cuales fuesen las dificultades que le presentasen. Y aunque no tuvo en la mano ninguno de esos dos ejemplares que sirvieron para triunfar tuvo que hacerlo todo para reivindicarse en medio de esta temporada que dejará fuera a todos los camarones que se duerman. Y así, Castaño se entregó sin fisuras con el segundo de la tarde, un ejemplar violento y bruto con el que también expuso a tope su banderillero David Adalid manejando los palos. El leonés no lo dudó en ningún momento y se metió entre los pitones hasta someterlo. El cuadri pasaba siempre con reservas, sin humillar nunca, tal y como ya había mostrado en el quite que le había instrumentado Alberto Aguilar. Pero Castaño expuso, se cruzó por completo y se encajó entre los pitones extrayéndole los muletazos de uno en uno con un movimiento de péndulo que constituyó un auténtico toma y daca en el que se jugó el tipo sin ningún cuento. El arrimón final, completamente entregado, no fue rubricado con la espada ni el descabello confirmando que la tarde no iba a ser demasiado favorable para los aceros hasta hacer escamotear algunos trofeos.

Javier Castaño volvería a pisar el acelerador a fondo con el quinto de la tarde, un toro peligroso y orientado con el que tampoco volvió la cara en ningún momento. Había que someterlo y además convencer al público       –que estaba viviendo la faena y la tarde muy de parte del ganado– de sus tremendas dificultades. El diestro castellano consiguió enseñar a todo el mundo que ese bicho era un auténtico criminal que se revolvía como un tigre por el pitón izquierdo y pasaba en todos los muletazos midiendo y enterándose. Bien por Castaño.

Tampoco hay que quitarle méritos al madrileño Alberto Aguilar, no se confundan con su paisano Sergio. Para él fue el tercero de la tarde, un toro al que no le faltaron dificultades y que se orientó por el pitón izquierdo aunque brindó un exigente y complejo comportamiento por el lado derecho. Aguilar supo aprovecharlo en una entregada labor que también supo calar en el escaso auditorio hispalense. A pesar de la importancia de ese pitón el toro probaba y tardeaba, frenándose imperceptiblemente en cada muletazo convirtiendo cada cite en una apuesta. Con esos ingredientes, hay que revalorizar la labor de Aguilar, que extrajo cada uno de los muletazos en el filo de la navaja y hasta se adornó en los remates por trincherillas después de extraer varias series diestras de mucho mérito pero, sobre todo, de mucha exposición. Un desarme inoportuno rompería el ritmo del trasteo aunque el torero estaba acariciando un trofeo que se evaporó en el filo de sus trastos de matar.

El joven diestro madrileño se mostraría algo más atolondrado y prevenido con el sexto, un toro bruto y descompuesto durante toda su lidia que saltó al ruedo cuando el festejo volvía a pasar de las dos horas de duración.  Pero el caso es que el bicho, después de tanto sobo, dejó estar por el pitón izquierdo. Así lo vio el matador madrileño después de algunas desconfianzas y probaturas y llegó a extraerle a última hora un puñado de naturales de buen trazo. La espada, una vez más, funcionó fatal.

La verdad es que no fue la tarde del diestro sevillano Antonio Barrera, que camina ya a la vuelta de su meritoria carrera. Se salvó por los pelos toreando al primero de la tarde, que fue muy corto de viajes y rebañó en todas las suertes aunque la verdad sea dicha, el torero tampoco se despeinó más de la cuenta y no pasó de superficial.

 Pero el ya veterano matador tiene muchas menos excusas con el el cuarto de la tarde, con el que  naufragó por completo sin decidirse a dar el paso adelante. Ese toro gozaba de un importante fondo –no exento de las dificultades habituales en este hierro– que habría merecido mayor entrega y exposición. El toro era tardo, también exigente y algo violento pero tenía mucho que torear. Ahí había que apostarlo todo y Barrera ya no debe estar para esos trotes. La gente lo vió y se acabó enfadando. Con razón.

Ficha:

PLAZA DE LA REAL MAESTRANZA
Ganado: Se lidiaron seis toros de los Herederos de Celestino Cuadri, muy bien presentados. Destacaron por su juego el tercero, de importante pitón derecho aunque algo probón; y sobre todo el cuarto, un animal de buen fondo que quedó inédito. El resto presentaron demasiadas dificultades.
Matadores: Antonio Barrera, de turquesa y oro con los cabos negros, silencio tras aviso y silencio.
Javier Castaño, de aguamarina y oro, ovación tras aviso y silencio.
Alberto Aguilar, de pavo y oro, ovación tras aviso y silencio tras aviso.
Incidencias: La plaza registró menos de media entrada en tarde fresca pero agradable. Destacó manejando los palos David Adalid.

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