Cultura

Póngame ese Murillo para llevar

La céntrica casa de subastas Isbilya celebra una puja en la que un coleccionista particular adquiere un ‘San Buenaventura’ del pintor sevillano por 130.000 euros.

el 21 ene 2015 / 23:02 h.

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Una subasta es un mundo aparte. Es como si un pedacito de la ciudad poblado por un centenar de habitantes viviera, por unas horas, en un mundo paralelo donde el único objetivo de los protagonistas es vender y comprar arte y donde el placer de otros cuantos reside únicamente en hacer de espectadores de una sencilla función que consiste en ver cómo los primeros se gastan los cuartos. La casa de subastas Isbilya celebró la tarde del miércoles la primera sesión de su subasta de enero en su sede de la calle Jesús de las Tres Caídas. Y aunque en este tipo de encuentros prima la privacidad por encima de cualquier otra cosa, sus responsables pudieron sentirse considerablemente satisfechos, toda vez que la (costosa) obra estrella se vendió. LOCAL 14-15 Un momento de la subasta del Murillo, con la reproducción del cuadro en la pantalla que indica por qué se pujaba en ese instante. / Manuel Gómez «Se la ha llevado un particular... un particular», remachó sintéticamente el director de la puja. Ese anónimo (por el momento) particular podrá lucir en su casa el óleo sobre lienzo San Buenaventura, de Bartolomé Esteban Murillo, con precio de salida en 120.000 euros y adquirido en un corto sprint finalmente por 130.000 euros. «Es una obra que forma pareja con un Santo Tomás de Aquino conservado en una colección particular de Barcelona. Ambas fueron realizadas hacia 1650, década en la que el pintor comienza a desarrollar su estilo maduro de expresividad más amable», según anota el especialista Enrique Valdivieso. En una subasta las emociones son censurables, y lo que separa el llevarse a casa un tesoro de no llevárselo es el simple gesto de alzar un modesto cartoncillo con un visible número que identifica al pujador. Pero ayer se vivió un momento especialmente emocionante al hilo del intenso concurso en el que se convirtió la lucha por la adquisición del óleo sobre tabla Virgen con el Niño, del círculo de Henry Met de Bles (siglo XVI). Hasta cuatro coleccionistas –tres en la sala, un cuarto al teléfono– pelearon por esta bella estampa durante más de cinco minutos en los que el precio de la obra no dejó de subir. Finalmente, fue vendido a un comprador presente por 27.000 euros cuando el precio de salida de la pieza era de 6.500 euros. Un espontáneo pero muy cerrado aplauso cerró la pugna, acaso una brizna de desmelene en tan adusto rito. Reproducido a toda página en el catálogo de la subasta, nadie dudaba de que un cuadro como Procesión por Sierpes, de José García Ramos (Sevilla, 1852-1912), no se iba a quedar sin nuevo propietario. Como en el caso anterior, también esta obra del pintor costumbrista suscitó un cierto combate por su propiedad, pasando de los 9.500 euros que marcaba su precio de salida a los 18.000 euros. Otras piezas de cuantioso valor fueron vendidas ipso facto por su precio de salida, caso del Resucitado, de Juan de Zamora (activo en Sevilla entre 1647 y 1671), que salió por 30.000 euros o del Perro en el jardín, de Horacio Lengo (1838-1890), adquirido sin pujas por 9.000 euros. LOCAL 14-15 El catálogo llevaba en su portada el San Buenaventura. / Manuel Gómez Pero no todas las obras encierran tantos ceros ni todos los aficionados al arte acumulan grandes fortunas en sus cuentas bancarias. Un más modesto torneo supuso la compra del óleo de la escuela inglesa del siglo XIX Paisaje con vacas. De diez en diez euros, el cuadro pasó de los 180 euros de partida a los 280 euros que finalmente abonó su más insistente pujador. Nadie quiso sin embargo por 300 euros una tétrica Cabeza de San Juan Bautista, anónima del siglo XVIII, que no fue codiciada por ningún presente. Isbilya promocionaba la puja anunciando que podían adquirirse piezas de valor desde 10 euros. Y no era publicidad engañosa. Un minúsculo porrón, en cristal traslúcido soplado, salía a subasta por 10 euros. Y también este modesto instrumento de cocina tenía sus días de orfandad contados. Porque alguien ya disfruta de él en su menaje.

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