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Cofradías

Porque sin Él no es Jueves Santo

Un repentino parte que anunciaba agua de forma inminente no impidió la puesta en marcha de la cofradía del Salvador.

el 29 mar 2013 / 00:59 h.

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Hermandad de Pasión. / J. M. Espino (Atese) Hermandad de Pasión. / J. M. Espino (Atese) Un murmullo que se hizo vociferante y atenazador recorrió la atestada Plaza del Salvador sólo diez minutos antes de que debieran abrirse las puertas del templo para ver, al fin, a Pasión recorriendo las calles de Sevilla. Repentinamente, de boca en boca comenzó a circular un parte meteorológico que predecía iba a tener lugar un fuerte chubasco en 15 minutos exactos. Se supo entonces que en Campana los cuerpos de nazarenos se inquietaban y preguntaban al Consejo por este particular. Y se temió enormemente que, como mínimo, la Colegial del Salvador permaneciera cerrada un rato más. Inexplicablemente, no fue así. Y la enlutada cofradía de Pasión puso la cruz de guía a la hora convenida, sin dilación alguna. Al igual que sus primeros tramos de nazarenos, que seguían a la característica enseña plateada que la hace desfilar por la ciudad, a buen paso, sin mirar a los lados, sin entornar los ojos al cielo. La silente puesta en la calle de esta cofradía es, paradójicamente, tan populosa como la de cualquier otra de capa y barrio. Porque “este es el otro Gran Poder de Sevilla”, tomando prestada la frase que un padre le decía a su hijo con un retrato, si bien en exceso comparativo, también suficientemente jugoso como para remachar, por lo bravo, la relevancia del Señor llamado a rubricar el Jueves Santo. Nadie nunca debería tocar una rama al naranjo que, según el posicionamiento del que admira, prácticamente encubre con sus hojas parte de la visión de la salida del paso. Porque esos instantes de ver y no ver forman un todo también en la gozosa y agónica liturgia artística que supone la visión que al fin produce Pasión cuando desciende por la rampa como por su propio pie, tal es el escorzo de hiperrealismo que cincelara en 1615 Martínez Montañés. Seguramente por eso se reservó al imaginero el tesoro de quedar inmortalizado en la estatua que, sita en la misma plaza, contempla mudo cada Semana de Pasión a su inmortal creación. Su discurrir en silencio, casi levitante, hace que esta sea una talla que se escape muda de los objetivos de los flashes. Tras él, centenares de penitentes. Habrá quien nunca llegue a comprender por qué hay hermandades cuyos cortejos han de admirarse en todo instante; esta es una de ellas. Una foto fija de una estación de penitencia que, en las tinieblas de una arquitectónicamente tradicional Plaza del Salvador, retrotrae a otras épocas más lejanas. Quede como apunte estético el que anoche el nazareno discurriera de la misma forma que lucía para el malogrado Viacrucis del Año de la Fe: envuelto en los bordados de la túnica de la hojas de acanto, porque así lo quisieron en pleno los hermanos. En casi pleno también pidieron en 2009 que la música regresara tras el palio de la Virgen de la Merced acompañada de San Juan. Luego, la lluvia caída en años venideros impidió la relativa novedad. Anoche, cuando el palio se asomó a la ciudad y la Banda de la Oliva prorrumpió con el Himno de España muchos se estremecieron y otros arquearon las cejas. Intuimos que el debate proseguirá en las filas de hermanos de una cofradía de inmáculo negro que, sí, tiene entre sus muchos tesoros una notabilísima retahíla de marchas procesionales, algunas compuestas por Joaquín Turina, compositor que fuera miembro de la corporación.

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