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Cofradías

Sevillanas de Gines para la Misa

La filial número 15 canta hoy el Pontifical para celebrar los 50 años de su Simpecado.

el 26 may 2012 / 19:51 h.

Hasta el párroco cantaba ayer las sevillanas de Gines. La filial número 15 celebrará hoy el cincuenta aniversario de su Simpecado cantándole a la Blanca Paloma en la Misa Pontifical de Pentecostés. "Aunque no se nombre a la hermandad, el estilo de Gines estará muy presente. No cantamos ni mejor ni peor, sino que somos diferentes", reconocía el director del coro, Manuel Mateos, que tendrá "el cuarto honor" de subir al escenario levantado junto al monumento de la coronación de la Virgen. Aún así los nervios no desaparecen: "Como si fuéramos a debutar en la Maestranza, y eso que llevo 42 años al frente del coro", apuntaba Mateos.

En la celebración presidida por el obispo de Huelva y concelebrada por el cardenal arzobispo de Barcelona sonarán sevillanas, plegarias y fandangos "muy de Gines", eso sí, "todos con letras muy litúrgicas". Los Amigos de Gines acompañarán al coro, e incluso interpretarán en solitario tres sevillanas, algunas tan conocidas como "Para ser buen rociero primero hay que ser cristiano..." No faltarán un clásico: las famosas canciones de Muñoz y Pabón.

De esta forma, los más de 1.500 romeros ginenses estarán bien representados en el pontifical. Y es que el pueblo lleva 84 años de caminos y otros tantos de devoción rociera. Una historia narrada en blanco y negro en los cuadros de la casa de hermandad, que cobraba vida con los relatos de Juana Antonia Melo. Su marido, Lucas el de Cresencio, fue el hermano mayor que trajo hace medio siglo el actual Simpecado. "Estaba recién casada... lo que se luchó por ese Simpecado en una época en la que se dependía del campo, quien trabajaba claro. Yo le decía: Qué tarde vienes, y es que recogieron dinero por todas las casas del pueblo. Hubo hasta quien dio su jornal aunque no tuviera para comer al día siguiente".

Juana Antonia lloraba al relatar las vivencias de los primeros años con el tercer Simpecado que ha tenido la hermandad. "Primero fue uno blanco, luego uno verde y ahora éste que es precioso", señalaba con el delantal liado en la mano y la medalla al cuello en la zona de la cocina habilitada junto a su carriola, desde donde guisaba y repartía besos y abrazos a los familiares que iban llegando. Su cara lo decía todo. "Estoy feliz de estar aquí con mis hijos y nietos, y de que ellos sientan esto como yo. La única pena que tengo es que algún año no pueda venir", añadía al tiempo que mostraba orgullosa cómo su nieto Juan Antonio, de 7 años, cantaba la salve.

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