Cultura

¿Y después de Manzanares, qué?

El alicantino arranca una oreja que termina de consagrarle como máximo triunfador e intérprete de la Feria de Abril de 2011.

el 06 may 2011 / 22:38 h.

José María Manzanares durante uno de los lances de toreo al natural que cautivó a los aficionados de la Real Maestranza en la tarde de ayer.

PLAZA DE LA REAL MAESTRANZA
Ganado: Se lidiaron seis toros de los hierros filiales de Jandilla y Vegahermosa, propiedad de Borja Domecq, correctamente presentados. El primero, que tuvo muy buena condición, resultó algo tardo. El segundo, que no tuvo entrega, no pasó de manejable. El tercero fue un sobrero inválido. El cuarto, rebrincado y discontinuo, no llegó a entregarse. El quinto fue remiso y espeso pero acabó claudicando. El voluminoso sexto resultó tan peligroso como avisado y deslucido.

Matadores: Sebastián Castella, de verde manzana y oro con remates negros, ovación y ovación.  José María Manzanares, de violeta y oro, ovación tras petición y oreja tras aviso. Alejandro Talavante, de Medinaceli y oro, silencio y ovación.

Incidencias: La plaza registró el segundo no hay billetes del ciclo en tarde bochornosa y entoldada.

Aunque hoy nos desayunaremos con todos los que sólo saben decir que "no fue para tanto", lo cierto y verdad es que el idilio entre Manzanares y la plaza de Sevilla es un hermoso suceso que algún día recordaremos de viejos. Toda la plaza pulseaba la muleta del alicantino en cada muletazo. A veces daban ganas de bajar al ruedo para empujar ese lote remiso que sólo claudicó gracias a la entrega sincera del diestro levantino, que volvió a poner todo de su parte para tratar de salir victorioso de un embite en el que era prácticamente imposible mejorar lo perfecto. La ovación que le sacó a saludar al romperse el paseíllo resultó tan deslumbrante como infrecuente en estos lares. Hicieron bien sus compañeros de terna en declinar un saludo que sólo pertenecía al dueño de toda la feria. ¿Quién sabe? Si la espada hubiera entrado al primer envite en el segundo de la tarde; si el quinto no se hubiera amorcillado, podríamos estar hablando de una nueva Puerta del Príncipe para escarnio de los puristas.

Pero a estas alturas ya no hacía ni falta. Manzanares nunca se aburrió de estar en la cara de ninguno de sus dos toros hasta hacerlos romper en sendos trasteos de acople creciente y sincera intensidad que fueron seguidos por un público absolutamente apasionado e identificado con el alicantino. La emoción estuvo por encima de la perfección y la expresión pasó esta vez de la métrica. A Manzanares no le importó que su primero no quisiera entregarse de verdad en su muleta y tampoco transigió con las protestas del quinto, un toro remiso y remolón que acabó claudicando por completo en la muleta del alicantino, que lo exprimió por completo. La música se enhebró una vez más a su labor y hasta recibió la visita de una cigüeña con lastre en el pico que quizá sea anunciadora de otros augurios. Si en el segundo recetó una media corta y un espadazo algo caído, en el quinto dispensó un estoconazo que no bastó para tumbar con celeridad a su enemigo, que se amorcilló en una larga agonía enfriando en parte la petición de un trofeo que podría haber llegado por partida doble. Pero ya da igual. Quien quiera mejorar la sensacional feria del alicantino que venga y se apunte porque el mapa del toreo ha variado después de esta Feria de Abril. Gloria al mejor Manzanares.

La verdad es que el mejor ejemplar del espeso envío de los Domecq Solís y Noguera fue el primero. Pero Sebastián Castella se marchó de la plaza tan desdibujado como llegó. Se le dan bien los ruedos americanos pero acudía una sola tarde al coso sevillano después de su tibia actuación del pasado año. Idénticas circunstancias volvieron a repetirse esta vez sin ser capaz de acoplarse por completo con ese primer ejemplar que siempre respondía a los toques y se desplazaba en los engaños con buen son. El francés se pasó de sobo en los inicios de la faena y las series, cortas de metraje y conformistas de concepción, no terminaban de llegar a unos tendidos que tampoco lograban ver sentados a los más rezagados. El trasteo fue limpio y correcto en la factura pero no pasó de espeso y aburrido. La verdad es que el toro mereció mucho más aunque en algún momento aislado la parroquia acabara comulgando con la labor de Le Coq.

Salió algo más arreado para resolver la papeleta que le planteó el cuarto de la tarde, un ejemplar remiso que pareció desplazarse en la brega. Hubo un espontáneo que se arrancó por unos fandangos tan aguardentosos como muchos de los paganos que andaban dando tumbos por las escaleras en busca de la penúltima copa. Pero el toro seguía campando por el ruedo y Castella, más dispuesto, abrió su faena con un pase cambiado imposible en el que por poco sale ensartado. El toro luego no pasó de rebrincado y su embestida discontinua no era el mejor complemento de los planteamientos del francés, que ésta vez se entregó con sinceridad en una faena que vivió sus mejores y más intensos pasajes en el tramo final a pesar de la guasa sorda del morito. Una estocada trasera y tendida le sirvió para echarlo abajo. Castella sale de la feria sin restar ni sumar: ni frío ni calor.

También consumaba su paso por la Feria de Abril, o de mayo, el diestro extremeño Alejandro Talalavante sin haberse podido encontrar con un solo ejemplar con el que mostrar su renovada dimensión. Le devolvieron por inválido y descoordinado el que hizo tercero pero el sustituto adoleció de la misma blandura sin que la faena pudiera pasar de meros apuntes. Era imposible. Con el que cerró el festejo se esforzó a tope y hasta se jugó un percance. Éste fue un ejemplar basto y voluminoso que sólo tuvo malas ideas. Embistiendo al paso, enterándose siempre, hizo tragar quina a Talavante, que se jugó las femorales dejando claro que no había venido a pasearse y hasta se permitió el lujo de enjaretarle algún natural suelto para dejar las cosas claras.

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