Desde la espadaña

La pifia de las Atarazanas

Si algún día se ofrece dignamente las Reales Atarazanas a la ciudad de Sevilla, habrá tanta gente en la foto inaugural que creeremos que ha llegado el Domingo de Ramos

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10 feb 2020 / 08:20 h - Actualizado: 10 feb 2020 / 08:22 h.
"Arquitectura","Patrimonio","Atarazanas","Astilleros","UNESCO","Desde la espadaña"
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En Sevilla no prestamos la debida atención a hechos trascendentales que nos afectan de lleno. Y son hechos que se silencian con el tiempo y que nos aprietan tanto que realmente llega el momento de que ampliemos la respiración del cuello y que la sangre comience a coger ritmo de nuevo. Rompamos ya la dictadura humillante de un calendario donde ya hace más de 20 años que uno de los espacios más bellos y desconocidos de la ciudad sufre un retiro vergonzante y que con voz estentórea apenas puede decir su nombre: Las Reales Atarazanas de Sevilla. Siete naves levantadas en 1.252, astilleros de donde salieron los barcos que recorrieron mundo y en las que sólo cuando se visitan se da cuenta uno de la espectacularidad y magnificencia de esos 13.500 metros cuadrados entre la Giralda y el Guadalquivir.

Escenario de rodaje de muchas películas, el sevillano no termina de ser el verdadero protagonista porque las Atarazanas siguen escondidas entre despachos oficiales, políticos de media jornada, laberintos administrativos y estudios de arquitectura; y ahí andamos todavía. Porque en esta ciudad, mover una piedra de las Atarazanas cuesta la propia vida, pero cuando conviene para la estadística o el capricho analfabeto de los responsables, nos dedicamos con una alegría desbordante a destruir el patrimonio de la ciudad.

Hace ya algunos años, tiempos de José Antonio Griñán, la Junta de Andalucía cedió a La Caixa y por 75 años las Reales Atarazanas de Sevilla (monumento B.I.C.). En esos días, el presidente de la entidad bancaria anunció que este espacio sería el mejor CaixaForum de todos los existentes. Pero ¡qué contrariedad! el monstruo administrativo llevó al cabreo de la entidad bancaria y se llevó su CaixaForum a la Torre Sevilla. Y ahí fue cuando a esta ciudad le abrocharon el botón del cuello porque, desde entonces, mientras aquí se vela por incrementar las plazas hoteleras y los apartamentos turísticos, las Reales Atarazanas siguen con su proceso de adobo u ojana al más puro estilo sevillano. Y yo me pregunto ¿Por qué no fue la Junta de Andalucía la que, como propietaria, tomó el mando de esta maravilla?

Que manía tienen estos políticos de servirse de lo privado para alejar el patrimonio público al contribuyente. Aderezan tanto nuestras prioridades que al final domestican al ciudadano y ya no nos acordamos del lujo que tenemos junto a nosotros. Dentro de 75 años ya veremos si este espacio llega a manos andaluzas o tendremos que incluirlo en un nuevo capítulo de esa Sevilla que se nos fue.... y resulta que los chinos construyen un hospital para mil pacientes en diez días y nosotros, sólo para ver si hacemos algo, llevamos veinte años. Ya ven cómo seguimos viviendo en una ciudad que continúa viendo fantasmas que salen de las paredes y en vez de poner solución, los responsables se dedican a tocar el arpa sentados en las bóvedas de las Atarazanas llenas de jaramagos y verdinas.

La verdad es que existen hechos que nos hacen arrepentirnos de todo lo que hemos pasado desde que llegamos a la vida y claro está, cuando en junio del 2.012 se anunció que las obras comenzarían de inmediato para acabar en 2.015 uno termina por arrepentirse de la alegría que le dio leer aquella noticia mientras el médico le diagnostica un trauma de comprensión política.

Pero en este abrigo de entretiempo todo transcurre y leemos, con un triste desprecio resignado, en diciembre del 2.015 que de un día para otro todo comenzará y habrá finalizado cuando se acabe el 2.017. Pero no fue así. Ya ven como Sevilla es una ciudad lo suficientemente rica como para tener todos los inconvenientes propios de una gran urbe, pero a su vez, es lo suficientemente pequeña para adolecer de todos los inconvenientes del ruralismo administrativo y torpe desnudando, de nuevo, a Sevilla de otro patrimonio.

Pero si ya había demasiada gente en el camarote administrativo de las Reales Atarazanas, en primavera del 2.016, llegó el que faltaba, el que cuando huele a hueso, muerde y no lo suelta. Pues sí, porque llegó la Unesco y recomendó (¡más madera!) que las obras no comenzaran hasta modificar el proyecto de ejecución. Vamos, qué a este paso, vemos antes la nueva línea del metro. ¿Creía usted que había acabado? pues no porque actualmente y tras la denuncia de ADEPA, un juez paralizó el proyecto de reforma.

Nuestros políticos siguen pifiando el proyecto de las Atarazanas y al final estoy seguro de que, como en los ritos supremos de ciertas religiones, todo radica en la comprensión de un grupo de personas muy reducidas. Pero me temo que esta flor es tan exquisita y de una fragancia tan sorprendente que todo el mundo la quiere aprisionar y ver su nombre en la placa inaugural de la entrada. Y mientras tanto, Sevilla vuelve a ser huérfana de políticos responsables que no se dediquen a la falsa palabrería despistadora. Pero esto tenemos por dentro, por fuera, por arriba y por abajo. Las Reales Atarazanas de Sevilla mueren y esta ciudad suplica piedad por ellas.